domingo, 3 de agosto de 2014

Amor: Haber sido heridos

¿Cuántas cicatrices tiene tu pecho invisible? Hay algo claro: en la Mitología romana Cupido no tiene entre sus manos un perfume poderoso, ni una pócima mágica, ni un fino cordel que ligue a quienes quiera unir. No. Todos lo sabemos: tiene un arco y una flecha. Tampoco la flecha es disparada por él hacia el brazo de quien habrá de enamorarse, ni hacia su pierna o su cadera: se clavará directamente en el corazón. No es arbitrario que así sea: quienes hemos sido heridos por el amor sabemos cómo se siente tener el corazón horadado día y noche.

En el mito, Cupido es un niño hermoso, audaz, pero incapaz de guiarse por la razón, y juega con sus flechas teniendo los ojos vendados. Dispara y hiere. Hiere de muchas maneras. Y sus ojos vendados hacen que el estado de enamoramiento implique una incapacidad para ver quién es realmente el otro, pues proyectamos en él masivamente contenidos internos de honda intensidad, deformando lo que percibimos (cualidades del otro que elegimos no ver, captando selectivamentesolo ciertos rasgos, agrandándolos, acentuándolos... hasta que lo no visto irrumpa irremediablemente, más tarde o más temprano, a veces sólo para que seamos más objetivos… y otras veces generando terribles consecuencias, que nos dejan afectivamente marcados).

La proyección que el enamoramiento implica necesita ser trabajada, pues en tanto no lo hacemos, el otro no es exactamente un “otro”, sino una construcción nuestra. Abrirnos a conocer ante quién estamos toma tiempo y esmero. Pues no sólo el otro queda velado por lo que proyectamos en él, sino que es natural que esa persona instintivamente oculte partes de sí para generar atracción (lo cual se llama “contraproyección”). O bien puede ocurrir que se esconda y huya de nuestras proyecciones. Más dolor.

Siguiendo con el mito, me gustaría resaltar que, en esa historia, Cupido nunca crecía: seguía siendo un niño alado que jamás maduraba, lo cual preocupaba, por supuesto, a su madre, Venus. Así es el amor que no pasa del estadío de enamoramiento. Y que puede durar largamente, sobre todo si no es correspondido, porque en esa situación las proyecciones se sostienen a perpetuidad, como las que ejercía el hidalgo Don Quijote hacia su amada Dulcinea (a quien nunca había visto sino desde lejos). Dolor sostenido, estéril, que necesitará ser desactivado (muchas veces con ayuda).

Hay algo curioso: en nuestra cultura nadie ignora quién es Cupido pero, en cambio es muy poco conocido el hecho de que… tenía un hermano! Su nombre eraAnteros, que en la mitología romana representaba el amor correspondido. Sí, existe un símbolo para el sentimiento recíproco! Pero nos quedamos tan prendados de las historias de amor sufriente que este dios noble y bello ha quedado desdibujado. Sin embargo… qué nítido que es cuando acontece! En el mito, Anteros es representado por un joven maduro, también alado y con flechas. Pero para que sus flechas ingresen al corazón, aquél a quien apunta tiene que haberse desprovisto de corazas. Justamente, la palabra “coraza” significa “lo que protege el corazón”. Sí: quienes hemos pasado por experiencias de amor infelices, dolorosas, incisivas, demoledoras, fabricamos defensas inextricables para no volver a ser heridos. Y es necesario que así sea: parte del proceso de autorreparación requerirá retraerse sobre sí mismo, aprender de lo vivido, limpiar la percepción… En síntesis, volverse más sabio en base a la experiencia. Y eso tomará un tiempo, claro. Pero si el proceso se detuviera aquí, nuestro corazón quedaría como una gaviota en una jaula, e igual de patética e injusta sería nuestra situación.

La sabiduría afectiva implica generar un sistema de autoprotección que se parezca, más que a una coraza, a una válvula: se va abriendo a medida que percibimos desde la confianza, y vamos pudiendo tener mayor claridad para ver al otro tal cual es, -advirtiendo nuestras proyecciones más prontamente-, o se va cerrando para retirarnos cuando el otro nos está lastimando o el amor no es correspondido…porque también habremos aprendido a amarnos, y ya no queremos ese tipo de dolor.

Dejar enjaulado el corazón puede ser cruel para consigo mismo; trabajar para restañar nuestras heridas es algo que, en ese caso, nos deberemos, pues así como los oídos fueron hechos para escuchar, nuestro pecho invisible fue hecho para amar. ¿Puede reparárselo? Lo digo categóricamente (siendo que rara vez me expreso así):sí. No importa cuánto Cupido nos haya taladrado con sus flechas: Anteros puede sorprendernos, en cualquier lugar del mundo, en el siglo XXI, a la vuelta de la esquina, si le damos lugar en nuestra vida.

Quisiera compartirte esta vez un poema que yo misma escribí, para nadie en particular, hace mucho tiempo… Allí va:

SENTIRSE  SEGURO

Después de alambrar tu territorio interno,

de ponerle cerrojos a tu puerta entornada,

de mostrarte inconmovible, seguro y austero,

de pregonar que nada necesitas. Nada.

Después de maniatar tus ganas de abrazarlos,

después de amordazar tus mejores palabras,

después de sofocar tus "te quiero"  y ahogarlos,

de represar el llanto, (que no te inundara)...

Después de dejarte solo en tus rincones,

de amortiguar la risa, la ternura, las ansias,

de renunciar a darte permisos y aprecio,

de espantar la belleza para que no anidara..

Después de medir cada voz, cada gesto,

(que la emoción permanezca sobria y controlada),

de burlarte de todo lo suave y lo tierno,

(que no se infiltre el polen en tus flores cerradas)...

 

fue que, a pesar de todo, insistente, la Vida

derritió tus aceros, derribó tu estructura,

doblegó tus escudos, invadió tu guarida,

cercenó tu alambrado y quebró tu armadura...

Y es que la Vida viva es tan brava e intensa,

tan pujante, tan clara, colosal  y potente...

que despierta tu esencia, te transforma y ventila

tus oscuros refugios, fresca e insolente...

A pesar de que el miedo te selló en tu presidio,

el amor es más fuerte que el miedo, y te arrasa.

Te tomó por asalto, distrajo al centinela

y se dispuso, alegre, a habitar en tu casa.

Ignoró tus feroces pertrechos de guerra,

saltó sobre tus fosos, derribó tus murallas,

por debajo del yelmo besó tus mejillas...

y por fin te reíste. Y lloraste tus lágrimas...

 

Y te diste permiso de ser el que eras,

de dejar que el amor te viera y te abarcara,

de abrirle los postigos a lo maravilloso,

de admitir que lo bello en tu pecho anidara.

 

Desnudo de corazas, sin yelmos ni pertrechos,

inerme y vulnerable, indefendido y puro...

te tuviste a ti mismo y tuviste a la Vida,

y,

-por primera vez-,

  te sentiste seguro.

© Virginia Gawel

(Publicado en la revista Sophia OnLine en julio de 2013.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario