domingo, 3 de agosto de 2014

El miedo al ridículo

Es un miedo que, si se lo deja crecer en nuestra vida sin ejercer una eficaz jardinería emocional, resulta como esas plantas que echan raíces largas y múltiples, invadiéndolo todo: quedamos pendientes del efecto que pueda provocar en los demás cualquier conducta, cualquier actitud, cualquier elección nuestra; de manera que en vez de palparnos por dentro para ver quiénes somos y qué queremos, nos observamos como a través de un espejo pensando cómo nos verán los demás si nos “ponemos” ese color, esa ropa, esa idea, esa decisión...

Hace muchos años diseñé una planilla con una lista de los miedos más comunes, de modo que mis alumnos (como grupo de exploración) pudieran puntuar de 1 a 5 aquellos con los que se sentían identificados: al abandono, a la oscuridad, a enfermarse, a los espacios cerrados... y tantos otros! Al clasificar estadísticamente los resultados vi que la intensidad de cada miedo, -como era esperable- variaba de persona a persona, y que algunos temores, inclusive, se marcaban como inexistentes, con un cero (miedos que para otras personas serían insoslayables). Pero hubo algo que me llamó la atención: había un temor universal, al cual, curiosamente, todos le habían adjudicado algún grado de intensidad en sus vidas: el miedo al ridículo. Tanto me impactó este fenómeno en su universalidad que dediqué años a investigarlo.

¿Qué es el miedo al ridículo? “Ridículo” viene, etimológicamente, de “ridere” (reír); es, entonces, el temor a que los demás se rían de nosotros. Así de simple. Pero... ¿por qué puede afectar tanto a una persona al punto de paralizarla, de que postergue lo que ama, de que decida lo que no quiere en vez de lo que su corazón le dicta, de que se retraiga como una tortuga en su caparazón...? Saberlo puede ser el inicio de solucionarlo. Veamos...

Muchas conductas y actitudes que vivenciamos los humanos son rasgos socializados que tienen su raíz en el instinto animal. En este caso, el miedo al ridículo dispara en nosotros una alarma ancestral en la amígdala cerebral (una zona que compartimos con el resto de los animales); esa alarma se relaciona con la aprensión a ser expulsados de la manada:nuestra parte instintiva teme, irracionalmente, que si “la manada” nos considera “desechables” (y allí lo “ridículo” significaría “defectuoso”, “descartable”, “no grato”), correríamos riesgo de vida. Y en determinadas circunstancias (sobre todo en contextos tribales) esofuncionaría así: un individuo solo tendría menos posibilidades de sobrevivir a los avatares del destino que si se apega a la grey (instinto gregario). Entonces, cuando sentimos que posiblemente con lo que hagamos “quedemos expuestos”, lo que experimentamos es una ecuación instintiva en la cual, sorprendentemente, nuestro cerebro evalúa así: exponerse = ridículo = expulsión de la manada = ...muerte!Así, el elegir algo distinto de lo que entendemos que se espera de nosotros, hablar en público o bailar ante los demás puede ser experimentado... como una posibilidad de ejecución en la horca de la plaza pública!

Sin embargo, si bien así funciona nuestro psiquismo desde sus raíces más primarias,no somos sólo eso: también podemos elegir nuestra vida desde áreas más desarrolladas de nuestro cerebro (y de nuestra identidad total). Trabajar sobre este temor hace que podamos centrarnos más en quienes somos que en el “efecto” que nuestra conducta produzca. Superar el miedo al ridículo amplía las fronteras de nuestra autoimagen y de nuestra vida: nos atrevemos a mirar de frente, a hacer lo que anhelamos, a saber que ese “público” al cual tememos tiene las mismas vulnerabilidades que nosotros... Aprendemos a jugar más con la vida, pues eso que nos angustia desde el temor al ridículo rara vez es algo realmente serio. Experimentamos el día a día de una manera más audaz, más desinhibida, pues la opinión del otro se vuelve eso: nada más que una opinión, y no un veredicto. Y asumimos, además, que nuestra vida, en esencia, no se despliega para que se opine sobre ella sino para que a través de ella despleguemos quienes somos (opinen lo que opinen los demás). Mi vida no es opinable... y la tuya tampoco!

Aquí te comparto un poema nada menos que de Charles Chaplin, posiblemente dedicado a su hija. Él fue un hombre que no sólo amó la posibilidad de hacer reír, riéndose de sí mismo, sino que tuvo actitudes humanitarias muy nobles, desde una visión profunda de la vida. No le fue fácil, no: se crió en un orfanato, habiendo tenido un papá alcohólico y una mamá con enfermedad mental severa. Sin embargo, ya de niño confiaba profundamente en sí mismo... y en que un día sería actor. Fue también director de sus 69 films, en muchos de ellos expresando su preocupación por los niños abandonados, o sus críticas a la guerra, el nazismo, la discriminación, el consumismo, la explotación... Se expuso al ridículo conscientemente para que nosotros pudiéramos no sólo reírnos, sino pensar con sensibilidad. Su poema dice: 


La vida es una obra de teatro que no permite ensayos...
Por eso, canta, ríe, baila, llora
y vive intensamente cada momento de tu vida...
antes de que el telón baje
y la obra termine sin aplausos.

¡Hey, hey, sonríe!
Mas no te escondas detrás de esa sonrisa...
Muestra aquello que eres, sin miedo.
Existen personas que sueñan
con tu sonrisa, como lo hago yo.

¡Vive! ¡Intenta!
La vida no pasa de ser una tentativa.

¡Ama!
Ama por encima de todo,
ama a todo y a todos.
No cierres los ojos a la suciedad del mundo,
no ignores el hambre!
Olvida la bomba,
pero antes haz algo para combatirla,
aunque no te sientas capaz.

¡Busca!
Busca lo que hay de bueno en todo y todos.
No hagas de los defectos una distancia,
y si, una aproximación.

¡Acepta!
La vida, las personas,
haz de ellas tu razón de vivir.

¡Entiende!
Entiende a las personas que piensan diferente a ti,
no las repruebes.

¡Eh! Mira...
Mira a tu espalda, cuántos amigos...
¿Ya hiciste a alguien feliz hoy?
¿O hiciste sufrir a alguien con tu egoísmo?

¡Eh! No corras...
¿Para que tanta prisa?
Corre apenas dentro tuyo.

¡Sueña!
Pero no perjudiques a nadie y
no transformes tu sueño en fuga.

¡Cree! ¡Espera!
Siempre habrá una salida,
siempre brillará una estrella.

¡Llora! ¡Lucha!
Haz aquello que te gusta,
siente lo que hay dentro de ti.

Oye...
Escucha lo que las otras personas
tienen que decir, es importante.

Sube...
Haz de los obstáculos escalones
para aquello que quieres alcanzar.
Mas no te olvides de aquellos
que no consiguieron subir
en la escalera de la vida.

¡Descubre!
Descubre aquello que es bueno dentro tuyo.
Procura por encima de todo ser gente;
yo también lo voy a intentar.
¡Hey! Tú...
Ahora ve en paz.
Yo preciso decirte que... te adoro,
simplemente porque existes.

(Publicado por la revista Sophia OnLine en agosto de 2012.)
© Virginia Gawel

No hay comentarios:

Publicar un comentario