domingo, 3 de agosto de 2014

Intimidades sin cáscara


Cáscaras, cáscaras, cáscaras... Los humanos somos como nueces: circulamos por la vida enfundados en cáscaras tan gruesas, que si algo o alguien no la parte al medio, la pulpa se apolilla de tanto estar encascarada... ¿Qué siente la pulpa? La tristeza ahogante de una soledad evitable. ¿Por qué evitable? Porque hay otra opción: que, prudentemente, sondeando la calidad interna de quienes nos rodean, elijamos a esos poquitos ante quienes descascararnos. Y si no los encontramos en nuestro ámbito inmediato, volvernos tan nómades como sea necesario hasta hallar eso raro y hermoso: un parecido en esencia… un semejante.

 A ver... Busquemos en el diccionario. "INTIMIDAD: Superlativo de intra = más interior / Dícese de la amistad estrecha de un amigo de confianza." Digamos también esto: la primera intimidad germina como una semilla impensada. De pronto, hemos abierto una zona interna que nunca nadie había visitado. Y también el otro saca de sus recovecos aquello que declara ser su zona vulnerable. Después sí: hace falta regar el germinario, dar tierra a la semilla para que eche raíces. Construir reciprocidades. Estar. Estar estando: escuchando sin juicio. O compartir silencios (pues podemos conversar con cientos, pero sólo con unos pocos intimarnos callados...).

¿Y si es lastimada nuestra zona vulnerable? Es muy posible: casi siempre quien se atreve a brindarse fabrica decepciones. Pero esas decepciones no son más que tareas que nos brinda la vida para hacernos mejores: para elegir a aquellos que honren la apertura, o para aprender a comunicarnos de manera que lo fundamental de ese vínculo se repare… y siga adelante. Cerrarse no es el modo. Cerrarse es en-fermarse (tal como en el francés ferme es "cerrado"!). Estar atentos para detectar a aquellos que sean dignos de nuestra intimidad. Y entonces sí: brindarnos, como quien eleva su copa en reciprocidad con la copa alzada por el otro. Brindarnos de a poquito, manando la belleza, lo oscuro, las heridas... Brindarnos solidarios, brindarnos recibiendo, brindarnos gota a gota, hasta darnos enteros. Hace tiempo quise decírselos a quienes han sabido enseñarme a abrir mis propias cáscaras, y aquéllos que siguen Buscando hasta Encontrar, entonces escribí…

 

INTIMIDADES

Uno se harta de cáscaras
y tiene hambre de pulpa:
pulpa humana, sincera,
veraz y conmovida...

Pulpa franca que vierte
sus jugos luminosos...
Pulpa extraña y ardiente
de humano inacabado...

Y de pronto suceden
audaces desnudeces:
renunciar a ser nadie,
abrirse indefendido,
mostrar eso que duele
mientras el otro muestra
su espíritu injuriado
por injustos cuchillos...

Mostrarnos la Belleza
que anima nuestro espacio
oculto, inmaculado,
ungido de Hermosura;
mostrarnos uno al otro
impretendidamente,
sin máscaras que asfixien
la esencia despertada.

Construir la confianza
como quien edifica
con su máximo aliento
puentes, templos, caminos...

Y entonces sí, sucede:
la cáscara se parte
y convida, fragante,
la más íntima pulpa:
el Centro, lo que fuimos
antes de que la vida
asfaltara los prados
que pisamos descalzos...

Nos sabemos completos
cuando el otro nos sabe,
cuando al otro ofrecemos
lo que hay, lo faltante,
lo que pronto seremos,
lo que fuimos, y aquello
que guardamos intacto
para quien lo merezca:

el ámbito recíproco
desde donde ejercemos
la vital transparencia
con que dos se hacen uno.

Virginia Gawel


© Virginia Gawel

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