domingo, 3 de agosto de 2014

La queja estéril y la mente apreciativa


Quisiera abordar un tema bien específico, pero partiré hablando de dos:

Primero: Existe un mecanismo psicológico denominado capacidad selectiva de la mente: por él es que si alguien se enamora de una persona que tiene un automóvil azul, ve coches azules por toda la ciudad a cada momento; o si una mujer se entera de que está embarazada, se cruza con más de veinte mujeres encintas en una sola mañana. ¿Son estos encuentros misteriosos? Generalmente NO: los automóviles azules y las mujeres embarazadas siempre están en la misma proporción, pero la mente de ESA persona está predispuesta a seleccionar de la realidad aquellos datos relacionados con lo que ha impactado su mundo interno: “recortará” lo que perciba, subrayando aquello que aluda a lo que le moviliza.

Segundo: Uno de los principales difusores del Zen en Occidente, D.T. Suzuki, utiliza una expresión muy interesante: Inconsciente adiestrado. Se refiere a que cuando alguien ejerce una habilidad practicándola con constancia diaria, llega un momento en que el Inconsciente la ejerce espontáneamente y en el acto, sin que ya medie esfuerzo alguno en hacerlo. (Aristóteles lo dijo de un modo poético: “El alma es más fuerte allí donde se ejercita”.)Por ejemplo, quien se entrena en percibir estéticamente (un fotógrafo, un pintor) irá advirtiendo en todas partes matices, formas... detalles que pasarán inadvertidos al ojo no adiestrado. O quien realiza prácticas de autoconciencia corporal, aunque no se lo proponga acabará viendo en los demás, con sólo mirarles, sus tensiones posturales y las huellas emocionales marcadas en sus facciones. Biológicamente esto se explica así: cuando nos ejercitamos en algo, poco a poco creamos una facilitación neuronal, es decir, vamos tejiendo conexiones neuronales que “se encienden” inmediatamente cuando un estímulo las requiere; ese tejido abarca millones de nexos, por un fenómeno que se llama “aprendizaje hebbiano”: lo que una neurona registra, lo aprenden a su vez sus vecinas (como si fueran copias de seguridad, mecanismo que es muy útil cuando hay un accidente cerebro-vascular, ya que las vecinas podrán recuperar información que pueda haberse dañado en las neuronas principales).

Bien, vayamos ahora a nuestro tema central: existe la posibilidad de que estos dos mecanismos, si no nos damos cuenta, nos funcionen en contra. ¿Cuándo? Cuando ejercemos la queja estéril, improductiva. Veamos: la capacidad de quejarse necesita estar disponible en cualquier persona sana, claro que sí; pero todos necesitamos aprender a ejercerla con eficacia, lo cual implica tomar acciones prácticas ante aquello que lastima, ofende, injuria, o va contra nuestros derechos. En ese caso, la queja necesita tener tres cualidades: claridad, contundencia y ser lo más específica posible, recordando que el objetivo de la queja resolver lo que aqueja. Fuera de eso, toda otra queja es parásita: funciona como esas pequeñas hemorragias internas generadas por las úlceras, que poco a poco van drenando sangre hasta generar anemia, o bien algo peor. Quien la ejerce ha puesto al servicio de ese hábito los dos mecanismos antes citados: va por la vida subrayando en su entorno motivos de queja y, por ende, se vuelve mecánicamente tan diestro en eso que en todo su cerebro va tejiendo una red de quejosidad. Si no se reeduca a tiempo, la queja se vuelve como una metástasis anímica, que todo lo abarca. Habrá desarrollado una anti-habilidad que sólo garantiza dos cosas: amargar la propia vida... y la de quienes le rodean.

¿Cómo reeducarnos? “Pescándonos” en el momento en que vamos a emitir una queja estéril, y elegir retenerla, tomando conciencia del automatismo. Si hace falta, escribirla: veremos cuántas quejas inútiles emitimos, que sólo fortalecen circuitos neurológicos de depresión! También puede ayudarnos el permitirnos diez minutos de catarsis quejosa por día... ante quien nos quiera soportar, o diciéndolas al aire! Y algo más: la Psicología Transpersonal toma del Budismo una expresión valiosa: desarrollar una mente apreciativa. Se trata de ejercer conscientemente el mecanismo contrario: estar a la pesquisa de lo bello, de lo valorable. La mente apreciativa no desdeña la queja: le da el lugar justo, para resolver lo que aqueja! Pero elije darle mayor espacio interno a la habilidad de subrayar aquello por lo cual vale la pena estar vivo. Una persona así, sin duda, se vuelve grata compañía, para sí misma y para los demás!

© Virginia Gawel
www.centrotranspersonal.com.ar
Publicado por la revista "Uno Mismo", año 2008.

1 comentario:

  1. me encanta " Pescándonos" ! (^_^) así camino a diario por la vida estando viva, "Pescándome" atenta a las "infracciones" que pueden limitar el tranco a ejecutar....

    ResponderEliminar