domingo, 3 de agosto de 2014

Los celos: Una oportunidad de evolución

Hay quienes creen que el hecho de que en una relación alguien muestre celos es una prueba de amor. Cuidado! Necesitamos poner el tema en un lugar más nítido, porque esa confusión lo único que puede generar son pautas vinculares equívocas, con innecesario dolor... e inclusive algo mucho más virulento: los celos son, de hecho, la principal causa de femicidios en todo el mundo. ¿Qué son los celos y cómo abordarlos en la vida personal (ya sea en la pareja, en el trabajo, entre amigos, entre hermanos...)?

Se define como “celos” el conjunto de emociones vinculadas a la supuesta amenaza de perder el afecto de alguien que consideramos “nuestro”. Hay quienes confunden los celos con la envidia, pero esta última refiere a desear lo que otro tiene mientrasno se lo tenga; en los celos, quien los siente ha marcado territorio, diciendo“mío”, “mía”. (Como si alguien pudiera ser posesión de otro!)

Lo primero que creo necesario decir es que sentir celos es muy natural; y lo es, justamente, porque somos parte de la Naturaleza: somos mamíferos humanos, y, tal como todos los mamíferos no-humanos (con quienes tenemos en común una importante zona de nuestra estructura cerebral), experimentamos este sentir. Lo siente el perro cuando ingresa una nueva mascota a la casa, lo siente el gato respecto de si se le presta mayor atención al perro, lo siente la leona acerca del león y el camello respecto de su hembra... Subrayo este punto porque cuando estoy sintiendo celos, quien en mí los siente es mi parte animal. El mamífero que somos se apega a determinadas personas e instintivamente las “marca” como parte de su territorio. Desde ese impulso biológico es que tememos que nos arrebaten lo “nuestro”, nos enojamos, nos sentimos ofendidos, susceptibles y ejercemos conductas de dominio, de venganza, de hostilidad, de control... Si escanearan científicamente nuestro cerebro cuando experimentamos toda esa gama de emociones se podría observar con claridad que las zonas activadas son las mismas que en cualquier otro mamífero en estado de sentir celos!

Pero los mamíferos humanos corremos en este punto con una enorme desventaja: elucubramos celos ya no sólo desde eventuales evidencias (como el resto de los animales), sino que podemos imaginar, lo cual oficia de agente exacerbador de los celos incrementando el dolor, el miedo, la violencia... Desde esa condición vivenciamos celos no sólo por lo que podría estar el otro haciendo ahora o de lo que podría hacer en el futuro, sino también nos torturamos retrospectivamente, sintiendo celos acerca del pasado del otro. Ningún infierno del Dante tiene llamas más altas! Y tanto los celos ante hechos concretos como los que se despiertan a partir de nuestras elucubraciones tienen un mismo origen biológico: la zona más primitiva de nuestro cerebro que, habiendo sido ensayada antes por tantas especies, tiene una fuerza arrolladora.

Tomar conciencia de esto requiere que quien experimenta celos pueda asumir recaudos que harán a la diferencia entre que esto se le convierta en un baño de ácido cotidiano... o, en cambio, algo que se enciende, es observado, y se apaga, cada vez con menor envergadura. Lo primero y principal es saber que si alguien experimenta celos podrá contar, eventualmente, con la comprensión del celado, pero que será suya la responsabilidad de trabajar internamente con su sentir. El celoso necesita hacerse cargo de sus celos y aprender a vincularse con ellos de un modo emocionalmente inteligente.

Cómo se emprende esta tarea? Una vez que dejamos de prestigiar a nuestros celos, de valorarlos como si fueran “prueba de amor”, de cultivar la creencia de que “tenemos derecho” a someter al otro a los arranques de esa zona de nuestro cerebro... precisamos mirarnos por dentro y observar a ese animalito asustado que nos gobierna desde ese sentir. Esa parte nuestra que siente celos es sólo eso: una parte. Es indispensable, entonces, serenarla, pues se encuentra en estado de hiper-vigilancia. Autoobservarse, respirar profundo y calmarse cuando la emoción arrecia, darnos cuenta de cuándo estamos proyectando fuera nuestro sentir, y ser compasivos con nuestro animalito interno. ¿Qué quiere decir “ser compasivos”? Que, así como la pauta es no hostigar al otro a partir de nuestros celos, tampoco es ético hostigarnos a nosotros mismos: no somos malas personas por sentir celos; los celos “se sienten solos”! Pero, si bien no somos responsables de lo que sentimos, sí lo somos respecto de lo que hacemos con lo que sentimos. En este caso, la acción a seguir es algo no muy diferente de lo que haríamos con un niño celoso, o con nuestro perro, nuestro gato: no lo hostigaríamos ni maltrataríamos por sentir lo que siente! Pero obraríamos con comprensiva firmeza.

Los celos (como todas las emociones que, si no las trabajáramos, serían destructivas) pueden volverse una posibilidad de auto-reeducarnos emocionalmente: una puerta hacia la profundidad de sí mismo. Trascender ese impulso instintivo se vuelve así un medio de hallar dentro algo mucho más hondo: nuestra propia esencia. Y de edificar en nuestros vínculos, poco a poco, un tipo de confianza que nace desde las zonas más evolucionadas no sólo de nuestro cerebro, sino también de nuestro espíritu. Pema Chordon -una monja occidental en la tradición de Budismo Tibetano- nos lo dice así:

  “Todas esas películas que nos acabamos creyendo

—el miedo terrible a que seamos malos
y la esperanza de que somos buenos,
las identidades a las que nos aferramos con tanto cariño,
la rabia, los celos y las adicciones de todo tipo—
nunca afectan nuestra riqueza fundamental.
Son como nubes que temporalmente ocultan el sol,
pero nuestro brillo y calidez están ya aquí mismo.
Somos realmente así y solo nos separa un pestañeo

(Publicado por la revista Sophia OnLine, agosto 2013.)
© Virginia Gawel

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