domingo, 3 de agosto de 2014

"Yo" no soy Juana de Arco

No importa cuán pequeño sea: lo que uno alimenta, crece. Si alimento mis celos, mi habilidad para manipular o la tendencia a chismorrear, crecerán como el baobab de“El Principito”, y asfixiarán a mi planeta; si alimento mi espíritu de perseverancia, mi empeño por servir, mi capacidad de contento… (todos los días un poco) también se fortalecerán … y me darán sorpresas! Nuestra actitud alimenta partes de lo que somos (pues estamos constituidos por partes! Esto es así hasta a nivel cerebral:cada parte de lo que llamamos “Yo” es un pequeño “yo” en sí mismo: mi parte sensible se sorprende ante mi parte mental, mi parte laxa ante mi parte enérgica, la que toma decisiones prontamente se irrita con la que posterga hasta el infinito…).

Somos partes. Muchas, y contradictorias entre sí... hasta que se vuelven mutuamente colaboradoras: la parte que sabe postergar pone coto a la trabajólica que no puede dejar para después, y firman un acuerdo de salud y cordura; la parte mental le ayuda a la sensible para no desangrarse ante el mundo, en tanto que la parte sensible condimenta a la mental para que evite quedarse boyando en abstracciones que no mejoran al mundo de nadie…

Esta visión de las subpersonalidades es muy antigua en el estudio del psiquismo humano; quien le dio forma para la Psicología de Occidente fue hacia 1910 un psiquiatra italiano, el Dr. Roberto Assagioli (creador de lo que llamó “Psicosíntesis”). Tomando conocimientos de distintas tradiciones, enunció esas bases que luego serían parte de los cimientos de la Psicología Transpersonal para invitar a un trabajo de autoobservación cotidiana, de conocimiento preciso de esas distintas partes de sí (o de los pacientes, si de terapia se trata). Un punto crucial, al respecto, es el de la identificación: si me identi-fico (“fijo mi identidad”) en una parte de mí, y excluyo sus posibles opuestos complementarios… ésta crece invadiendo mi vida, generándome problemas!!

Yo misma he sido, por ejemplo, alguna vez, una Juana de Arco tan valerosa como (en mi caso) necia, inmolándose por aquellos a quienes sólo debía ayudar (no “salvar”! Es más: encendí la llama y preparé mi propia hoguera, prolijamente, como si fuera ése mi único destino. Estaba, solamente, identificada con que “tenía que hacerlo así”! Resultado. Ardí. Me incineré. Me dolió. Me morí. Resucitadamente digo hoy: “Juana de Arco” es sólo una parte de mí! Si me identifico y la vuelvo “mi Yo”… pierdo la salud, el tiempo, la vida, por causas que no valen ni un fósforo… Para ello tuve que alimentar, por aquellos tiempos, otra parte de mí que estaba menuda, autodescalificada, anémica y en un rincón: mi parte autocuidadora.

Cerebralmente, los aspectos de sí que más entrenamos implican circuitos neuronales que realizan una conexión más cotidiana, y sólo por hábito me generan “sabor a mí”, como dice el bolero. Pero si empiezo a ejercitar otras partes, éstas modularán los inadvertidos excesos que cometemos desde las partes más habituales; ejercitándolas, las volveremos más fuertes, ampliando ese “sabor a mí” hacia una identidad más vasta.

Mi parte Autocuidadora aprendió a tomar su espacio; arropó a Juana de Arco, -que no era “Yo”, claro, sino “una parte de mí”-; le sirvió algo fresco ante el calor de sus propias llamas, la llevó a descansar y le dijo, susurrándole con afecto: “Estás dispuesta a inmolarte sólo por esto? A perder nuestra salud, nuestro tiempo, nuestra vida? Es tu destino el modificar el destino del otro para “salvarlo” y que no sufra lo que de todos modos se empeña en sufrir?”. Y mi Juana de Arco abrió los ojos grandotes: no se había dado cuenta! Y se cobijó, como una criatura, sobre esa nueva parte mía. Y lloró. Y dijo “No”. Y ese “No” le dio espacio a otras partes de mí que se habían chamuscado con tanto esfuerzo innecesario.

Hoy, mi Juana de Arco sabe que es solamente una parte de mí, y no “toda yo”. No la he “eliminado” de dentro mío, pues toda lucha contra cualquier parte de sí sólo puede tener por resultado pérdida y derrota. Se trata de adjudicarle una función sana a esas cualidades, para que nuestra identidad se equilibre y cada una tenga un espacio más funcional. Ahora mi Juana enciende su antorcha cuando ve una injusticia, y se ruboriza plena de fragor para ser puntual y concreta en lo que sí valga la pena incidir para cambiar. Luego, le pasa la antorcha a la Exploradora para que entre con ese fulgor a curiosas cavernas, o a la que ama iluminar cuando la oscuridad es tanta que da frío. O a la que enciende el fogón para que juntos cantemos “una que sepamos todos”.

Tomo un viejo texto que, desde el Taoísmo y el Confucionismo, ilustra esta noción: el “I-Ching”, -al que se le adjudican entre 3000 y 5000 años de antigüedad). El comentario del querido Richard Wilhelm, su principal traductor (amigo de Carl Jung) dice en una parte, citando al maestro chino Mong-Tsé:

Para reconocer si alguien es capaz o incapaz, no hace falta observar ninguna otra cosa sino a qué parte de su naturaleza concede particular importancia. No debe perjudicarse lo importante en favor de lo nimio, ni perjudicar lo noble a favor de lo innoble. El que cultiva las partes nimias de su ser, es un hombre nimio. El que cultiva las partes nobles de su ser, es un hombre noble.”

© Virginia Gawel

(Publicada por la revista Sophia OnLine en mayo de 2014.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario