domingo, 3 de agosto de 2014

El Buen Morir: Aprendiendo a soltar...

Antes los pacientes no morían; los médicos, abogados y psicólogos tampoco: cuando me gradué como psicóloga, en 1984, terminé mi carrera sin haber escuchado jamás cómo se acompaña a alguien a morir, cómo se transita el proceso de duelo, cómo prepararse uno mismo para irse de aquí; los médicos se capacitaban para mantener al paciente “con vida” el mayor tiempo posible, pero la idea de compasión y acompañamiento humano no existía; los abogados ni se habían planteado el simple derecho a morir con dignidad y a recibir cuidados especiales en ese final de la vida amparados por cobertura médica hasta el último instante; tampoco la posibilidad de dejar asentada, con valor legal, una voluntad anticipada que permitiese que, en caso de que uno llegase a una situación de final de la vida en la que hubiese que tomar decisiones, no fuesen los familiares ni los médicos quienes se hicieran cargo del debate, sino nuestra propia expresión previa en estado de plena lucidez, constando por escrito...


Sí: ya sé que es muy posible que estés pensando que esto todavía sigue siendo así. Sin embargo, quizás acompañe a tu corazón el saber que empieza a suceder algo diferente. Hace ya tiempo. De hecho, el sábado tuve el honor de ser parte de los expositores de la Primera Jornada sobre Compasión y Cuidado en el Final de la Vida, organizada por la querida Fundación Paliar en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES). Sí, en una Universidad. Con 170 personas que asistieron con el más sentido interés desde distintos puntos del país y del mundo. Se habló de psicología, de legislación, de medicina, de espiritualidad. Y ya se está implementando. Ya hay centros de cuidados paliativos en algunos hospitales, fundaciones como Paliar, hospices. Pero hay una larga lucha por delante. En el ámbito de la formación de profesionales, en el de la generación de leyes, y en la difusión de este tema.

Fue conmovedor el testimonio de Edith Godon, paciente de Paliar, que transita por una enfermedad incurable. Subió al escenario, y tras el estrado se expresó desde el núcleo mismo de la vivencia, cuestionando inclusive con contundencia en algunos puntos a médicos y abogados que aún estaban en el panel. Y algo esencial a lo que se refirió es a la importancia vital que tiene el derecho del paciente a saber la verdad sobre su estado de salud para prepararse en el proceso de partir.En el caso de ella, toda su familia, a lo largo de estos años, ha transitado ese proceso de Edith. Allí estaban presentes también sus hijas, de 10 y 12 años, que no sólo saben muy bien lo que le pasa a la mamá, sino que están orgullosas de que ella esté luchando hasta que sus fuerzas duren para que los profesionales sepan de la importancia de acompañar al paciente en un Buen Morir, y para que cada uno (como lo hizo ella) luche para que su cobertura médica se haga cargo de esa asistencia, porque se está en pleno derecho de recibirla, tanto el paciente como su familia.

Edith habló de la importancia de vivir el ahora, y apreciarlo plenamente (lo cual hace toda su familia como una práctica cotidiana). "No sabemos cuándo será el momento, pero no sólo yo, sino ninguno de nosotros; de modo que necesitamos vivir cada instante como único." Desde una enfermedad que no tiene cura, una mujer está diciendo (y no desde los libros!) lo mismo que cualquier verdadero maestro espiritual. Mas, en su caso, su maestra es la enfermedad (pero sobre todo su propia actitud ante ella).

Acompañar a morir puede ser un proceso que amplíe nuestra conciencia hacia zonas sutiles que nos resulten desconocidas. Es posible que en algún momento pase a un segundo plano en nuestro interior el drama de la pérdida, e ingresemos a una serenidad en la cual sintamos que, aunque el dolor esté;, a su vez haya como un Orden. Hay quienes describen el morir o el acompañar a morir, inclusive, como momentos en los que acontece la percepción de una extraña Belleza. Quizás porque se esté sin ego, sin cáscara, y pueda haber una conexión de esencia a esencia. Esa esencia que es una porción del Todo. Y que no nació. Por eso en el Zen le llaman "lo Nonato". Lo que nació… es el cuerpo! Y lo que muere también. Lo Nonato no puede morir.

Hay muchas personas que cruzan el umbral plenas de un sentir profundo y amoroso; inclusive algunas tradiciones espirituales instan como parte de sus prácticas a prepararse para el momento de la partida: entre los hindúes se elige uno de los tantos nombres de Dios para que sea la última palabra que se pronuncie al partir (como lo hizo Gandhi); en el Zen muchos maestros saben íntimamente en qué momento han de morir, y tienen junto a sí papel, pincel y tinta para que su último acto en esta vida sea lo que se conoce como “poema de muerte” (que suelen tener una enorme hondura y lucidez); en muchos pueblos amerindios desde la adolescencia la persona empezaba a recitar una “canción mortuoria” (recibida en sueños, o desde un abuelo, o mediante un ritual) para que le acompañara en los momentos difíciles … y esa canción iba consigo para no perder el contacto con su interioridad al momento de dejar el cuerpo, repitiéndola en su partida.

Morir es algo nuestro. La medicina lo volvió un momento impersonal. La psicología durante años lo obvió. Hoy, comienza a hablarse de ello, y a subrayarse su cualidad íntima, plena de derechos, espiritual, indispensable de ser tenida en cuenta. Educarnos para morir es educarnos para apreciar la vida. Como Edith y su familia. O como un maestro Zen (o de cualquier otra tradición).

Aquí quiero compartirles un poema que escribí hace muchos años, luego de hacer un Seminario sobre Tanatología. Cuando, tiempo después, en el 2010 mi padre dejó su cuerpo, este poema acompañó a mi familia para generar en cada uno de nosotros (y en él) la posibilidad de soltar el cuerpo. Porque al morir, nadie “pierde la Vida”, dado que la Vida es indestructible: pierde el cuerpo.

Aunque ningún signo vital sugiriera que papá iba a morir pronto, el domingo de esa semana lo supimos muy adentro. Y se lo dijimos: le dimos la venia para que dejara ese cuerpo que ya no le servía. Cuando lo supo, se puso a dormir. Mi hermano, mi madre y yo formamos un amoroso equipo, hablándole, cantándole, agradeciéndole, asegurándole que estaríamos bien y que tenía derecho a partir. El jueves de esa semana el médico me llamó a las 20.30 para decirme que su salud era estable, que estaba bien. A las 21.05, sin embargo, se fue, durmiendo. Les digo algo curioso? Mi papá era de esos hombres que, por ejemplo, si el tren demoraba en arrancar reclamaba en alta voz y con eficiencia lograba que los pasajeros más pasivos se sumaran a su reclamo. Y entonces el tren se ponía en marcha. Cuando papá se fue (siendo que durante 8 meses no había habido ninguna otra partida en su lugar de internación) al día siguiente también se fue su compañero de cuarto (que se resistía a morir, y estaba tan mal); al otro, una señora que estaba llena de tubos desde hacía años; y al otro día un señor muy mayor lleno de dolor que tampoco lograba partir. Imagino a mi padre diciéndoles a todos ellos: “Ey! Vengan de una buena vez! Esto está muy bueno, y hay mucho por hacer!”. (Porque los que se van, también tienen cosas por hacer…)

Les convido aquel poema. Lo compartí en la Jornada. Quizás a alguien pueda acompañarle. Quizás me acompañará a mí, cuando me vaya...

 

 

DECLARACIÓN TERMINAL

 

                                                       A aquellos que anhelan morir con dignidad

 

Déjenme morir: ésta es mi hora.

Ya quiero ingresar íntimamente

al Gran Detenimiento y consagrarme

mansamente al reclamo del Origen;

regresar, simplemente, devolviendo

estos ropajes de carne desvestida

que me prestaran para mi nacimiento.

 

Dispongo que ninguno desafíe

a este tiempo que está determinado:

sin  máquinas, ni tubos, ni artificios

que quieran forzar mi permanencia.

 

Quiero atisbar el último momento,

aunque duerma, aunque arda, aunque el cuerpo

resquebraje su efímera estructura

me daré cuenta de que NO soy quien sufre:

que soy quien Vive, quien siempre estará a salvo,

quien dignamente quiere morir alerta:

morir en carne viva, conquistando

la Dimensión de donde todo proviene.

 

Soltar amarras hacia el Mar Infinito,

para volverme Uno con sus gotas...

 

Dar el salto hacia la Red Perfecta,

como una fruta madura que persiste,

mas se desprende al sentirse recogida.

 

Volveremos a encontrarnos... como siempre.

(Y así una y otra vez, unos con otros.)

 

Ya es mi turno: ninguno me lo niegue.

Es mi sacro derecho: morir Vivo...

 

    Virginia Gawel

© Virginia Gawel


(Publicado en la revista Sophia OnLine en agosto de 2013.)

2 comentarios:

  1. El Nuevo Código Civil y Com, de la Nación, a partir del 01/08/2015, prevé la facultad del enfermo de anticipar directivas y conferir mandato sobre su salud, posterior incapacidad y/o muerte. Es una avance importante del Derecho a morir en Paz.

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  2. Difícil tema...
    _Desde hace tiempo, tengo deseos de dejar por escrito ante escribano público, sobre mi paso a otra frecuencia... No es mi deseo ' la cremación durante 72 hs. después de mi deceso, hasta que mi Espíritu, deje la carne, devolver lo biológico, a la madre tierra...
    Un abrazo de luz!
    Gracias!
    Mi gratitud!_

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