Virginia Gawel
miércoles, 14 de diciembre de 2016
viernes, 11 de marzo de 2016
"Los animales nos enseñan". Beba Linaro y Virginia Gawel.
Beba Linaro dialoga con Virginia Gawel acerca de su asombrosa relación con animales silvestres que han estado en situación de maltrato y abandono en zoos y circos.
Beba es artista plástica, fundadora de un espacio único: “Mundoaparte”: un predio en el que dan alojamiento y asistencia a esos animales desde 2001 (fecha en que recibiera a los “descartados” en el cierre del Zoo de Rosario).
Para quien quiera conocer este espacio y/o colaborar con su obra (que depende mayormente de la buena voluntad de quienes aman a los animales) podrán contactar desde su sitio web: www.mundoaparterosario.com.ar .
Virginia Gawel es Psicóloga, Directora del Centro Transpersonal de Buenos Aires, www.centrotranspersonal.com.ar (Argentina)
Beba es artista plástica, fundadora de un espacio único: “Mundoaparte”: un predio en el que dan alojamiento y asistencia a esos animales desde 2001 (fecha en que recibiera a los “descartados” en el cierre del Zoo de Rosario).
Para quien quiera conocer este espacio y/o colaborar con su obra (que depende mayormente de la buena voluntad de quienes aman a los animales) podrán contactar desde su sitio web: www.mundoaparterosario.com.ar .
Virginia Gawel es Psicóloga, Directora del Centro Transpersonal de Buenos Aires, www.centrotranspersonal.com.ar (Argentina)
sábado, 10 de enero de 2015
Carta abierta a Pablo Neruda (y a cada Autor de algo!)
Querido Pablo:
Necesito pedirte perdón, y también solicitarte un favor.
Perdón porque se haya armado este lío: hace unos años escribí el poema que te copio abajo, y contra margen derecho anoté, -como cita-, solamente un verso tuyo que decía "Pido permiso para nacer". Pero alguien alguna vez le quitó esa cita y puso tu nombre al pie, en vez del mío. Así, el poema empezó a rodar con tu apellido, querido Pablo, pero no ha sido mi intención; jamás te endosaría mi propio renacimiento (que es de lo que habla el poema), porque para eso ya tienes el tuyo: acontece cada vez que alguien te lee.
"La poesía no es del que la escribe, sino de aquél que la necesita", dice Scármeta en boca del Cartero, -aquél de esa maravillosa película en el que eres, Pablo, uno de los protagonistas-. Y es verdad! Pero, como en tantos asuntos entrañables, también lo contrario es cierto: que cada poema es hijo de quien lo escribe, y cada verso pide que su autor le dé el propio apellido. Te cuento que aveces veo, querido Pablo, poemas magníficos que circulan hoy por lo que se llama "internet" (te encantaría esa cosa que entreteje a todos con todos!); poemas rozagantes, de palabras justas, de ritmo bamboleante, dando un tajo en la conciencia.. pero a los que su autor apenas si les consigna, pudorosamente, su nombre de pila, sin su apellido... o inclusive solamente sus escuetas iniciales! Y me apena, Pablo, tanto como ver esos hijos talentosos de los que sus padres se avergüenzan por su originalidad.
Y aquí va el favor que te pido, mi querido Capitán: tú que firmaste cada palabra (y con ello hasta tomaste riesgo de vida)... anda, hazte esta picardía: llégate hasta el oído de esos poetas autoanominados, e inspírales con tu valentía. Susúrrales: "Ese poema es de tu sangre: rubrícalo con ella!". Hazles cosquillas en el pudor, ponles una mano en el hombro, y sóplales, como en la película: "Has creado una metáfora. Dila en voz alta con tu nombre!". Porque cada obra, en cada área de la vida (noble o insignificante, sublime o rústica, provocativa o mansa, sea un poema, una canción o un decreto) requiere de un autor que se haga cargo de haberla parido. "Autor", sí, viene de "auto": "por sí mismo". Y es que somos autores de nuestra vida. (Pero mira a quién se lo digo!... Si a tu auto-biografía le llamaste "Confieso que he vivido!" Siendo autor de tu vida, te autor-izaste a Ser.)
He estado pensando que nuestros poemas, o cada obra que damos a luz, son el jugo último de lo que creamos con nuestro tiempo: la vida es como una fruta que concentra sus zumos en lo que hacemos. Si alguien me exprimiera, de mí, -como de ti y de cada uno-, saldría un poema con mi textura, mi sabor y mi olor. Es un imperativo moral que le ponga mi nombre, como tú, querido Pablo, lo has hecho. Y así cada uno que obre en la vida: ponerle la rúbrica a lo que hacemos significa: "El responsable soy Yo". Verdad que no es un asunto del ego? Es un asunto del espíritu, responsable de su progenie invisible: simple obrero de la vida, que obra. Y ningún espíritu vino a este mundo a ser tibio como para autoanonimarse!
Te dejo, querido Pablo, no sin antes darte las gracias por cada obra tuya (nunca anónima, aunque eso te valiera el exilio, la crítica de tus semejantes, y algo no menos difícil de sobrellevar con sobriedad: su admiración). Acompañaste a los más solos. Y lo sigues haciendo, querido Pablo, en los salitrales de la vida. (Quiero que lo sepas: estamos tan solos como entonces, y como entonces, tan acompañados por ti.)
Que cada autor se haga cargo de su obra, con nombre y apellido. Retiro el tuyo de estos versos, tejidos con las espirales de mis genes.
Te abrazo siempre: Virginia Gawel
RENACIMIENTO
Hoy volveré a nacer: pido permiso.
Permiso útero, permiso cordón prieto.
Permiso agua, placenta, oscuridades.
No podrá retenerme la tibieza
plácida y calma del vientre cobijante.
No podrán disuadirme las presiones
de este túnel de carne que hoy me puja.
Con decisión inequívoca y sagrada
determino nacer: me doy permiso.
Y aquí estoy, desnudo de corazas,
dispuesto a recibir besos y abrazos
(no la palmada que provoque el grito:
ya no permitiré que me golpeen).
Parteros de quien vengo renaciendo,
miren quién soy: soy digno. Los recibo.
Miren quién soy: adultamente niño.
Miren quién soy: vengo a ofrecer mi entrega.
Miren quién soy: apenas si respiro,
pero, de pie, me yergo y me estremezco,
dándome a luz en mi realumbramiento.
Tengo coraje para empezar de nuevo:
fortalecido en mis fragilidades
lloro de dicha, de dolor… Lloro de parto.
Lloro disculpas a quienes no me amaron,
por el maltrato, el frío, el abandono:
lloro la herida de todo lo llorable.
Y lloro de ternura y de alegría
por tanto recibido y encontrado:
lloro las gracias por el amor nutricio,
por la bondad de los que me ampararon.
Lloro de luz, y lloro de Belleza
por poder llorar: lloro gozoso.
Bienvenida es vuestra bienvenida.
Sin más queja, dolido y reparado
por la caricia de este útero abrazante,
aquí estoy: recíbanme. Soy digno.
Me perdono y perdono a quien me hiriera.
Vengo a darles y a darme íntimamente
una nueva ocasión de parimiento
a la vida que siempre mereciera.
Me la ofrezco y la tomo. Me redimo.
Con permiso o sin él, YO me lo otorgo:
me doy permiso para sentirme digno,
sin más autoridad que mi Conciencia.
Bendito
sea este Renacimiento.
Virginia Gawel
P/D: Me encanta esa foto en la que estás con un pájaro sobre tu cabeza. (Tan niño te vez en ella!) Me recuerda ese poema tuyo que rubricaste desde su primer verso: "Me llamo Pájaro Pablo, /ave de una sola pluma". Te quiero.
lunes, 22 de diciembre de 2014
¿Y si tus Fiestas NO son Felices?
Son tantas las razones por las que a fin de año puede ser que lejos estemos de sentirnos “Felices” (así, con mayúsculas)! Por eso esta vez quisiera arrimarles al fueguito que alimenta sus vidas algunos conceptos que quizás los acompañen a ustedes mismos o a quienes sepan que lo pueda necesitar.
Allí voy! Y después me cuentan…
- Duelos: Hay personas que este tiempo las encuentra procesando duelos muy recientes (o inclusive anticipados, pues tienen un ser querido muy enfermo o han determinado separarse de su pareja “luego de las Fiestas”, fecha muy elegida para ello). Cuando eso sucede, es importante ser legítimamente compasivo consigo mismo y darse permiso para hacer lo que desde la parte más sana de sí uno sienta necesidad de hacer. Para alguien (según su temperamento) lo mejor es sumergirse en el fragor genuino del espíritu festivo, descansando así, por un rato, del dolor; pero para otro la necesidad es estar acompañado, pero con poco ruido. En ese caso, si se está en una reunión social es importante no aislarse, sino buscar la persona apropiada y conversar más cercanamente (pero no de nuestros problemas!). Hay también quien precisa quedarse a solas, o únicamente con una o dos personas, o con los animales de su casa… y, -siempre y cuando no se trate de generarse más dolor innecesario porque luego uno se sienta excluido-, es un modo legítimo de preservarnos de lo que nos haría sentir más tristes.
Es muy importante en estos casos no forzarse a mostrarse felices. Y no sólo eso: hay personas que hasta se fuerzan para ser felices “porque son las Fiestas”. Darse permiso para no estarlo puede ser sumamente sano. También para pedir ayuda terapéutica si es muy pesado. Fingir gasta una energía que, en este caso, necesitamos para autorreparar nuestra herida.
Creo importante resaltar también que, más allá de los duelos vigentes, las Fiestas traen a la mente de muchas personas una nostalgia anual repetitiva por los que no están, por “lo que eran las Fiestas en su niñez”, y hasta una añoranza de lo que no ha sido (lo que no lograron durante ese año, la pareja o el hijo que no llegaron a tener… Así, se termina encarnando la canción “Lucía”, de Serrat: “No hay nada más bello que lo que nunca he tenido, ni nada más amado que lo que perdí”. Qué hacer consigo mismo en ese caso? Como la nostalgia me es algo tan familiar, aprendí de la gente sana que, cuando eso sucede, es necesario autoobservarse, verlo moverse dentro de sí como un pez en la pecera, y saber que uno no es eso, eso es un “sentipensar” (como dice Galeano) que uno mismo fabrica en su mente. O, como dice la Psicología del Yoga, “un contenido de la conciencia”. Si uno lo observa y no lucha contra ello (como se enseña en las disciplinas de Oriente) puede dejarlo ir, y conectarse con el presente.
Quedarse en esa nostalgia es, dicen los tibetanos, “estar fuera del tiempo”. El remedio es volver al ahora, pues no se está tratando de lo que realmente pasa, sino de cómo construimos dentro nuestro la actitud ante lo que nos pasa. En lo más práctico, siempre hallé que muchos de estos “males festivos” se antidotan con una acción bien concreta (aun para quienes están en proceso de duelos vigentes) que es la de servir en algún lugar donde haga falta lo que somos y podemos: comida, juguetes, mano de obra, compañía para quienes se perturban peligrosamente por la inconsciente pirotecnia (animalitos domésticos o callejeros, personas con autismo o trastornos neurológicos, algunos ancianos)… Un hospital, una zona carenciada, un orfanato o esos lugares donde se reparan muñecos para luego regalarlos… Servir le da dimensión más real a nuestro dolor, a veces sobredimensionado por nuestra hipersensibilidad (que sin darnos cuenta nos hace caer en una rancia lástima de sí). Cuán intenso es legítimo que sea ese dolor? Cuánto estoy dispuesta a hacerlo durar dentro de mí, como si le regalara mi pecera a ese pez? El pez, al mar o al río! Cuando miramos al presente, si lo hacemos con actitud de agradecimiento por lo que sí hay en nuestra vida, nuestra conciencia puede cambiar radicalmente, y con ello nuestro sentir.
- Irradiar imagen: Hay una parte del agotamiento que las Fiestas produce relacionado con una actitud sobrecompensatoria de nuestra carencia de autoapreciación. Otras veces, el mismo comportamiento está disparado desde un Ego que busca impactar. El resultado es el mismo: vivir este tiempo desde una actitud de “querer dar una imagen”: la casa tiene que estar im-pe-ca-ble, los nenes per-fec-tos, la comida debe sorprender, la ropa tiene que generar admiración, y de aquí al 25 todos tenemos que estar delgados, jóvenes y bellos. Los más felices de la familia! “Qué bien se la ve a Fulanita!”, deberá decir “la gente” (y “Fulanita” ser una, claro!). “Ay, qué hermoso arbolito, no como el que tenemos nosotros!” (pues para el Ego el despertar envidia es tan temible como exquisito).
Esta tendencia suele ser doblemente costosa (inclusive con síntomas psicosomáticos, ansiedad, depresión, irritabilidad) cuando queremos pretender mostrar lo contrario de lo que sucede. Y si somos como somos? Y si apostamos a la sencillez?
Cuando lo que se busca es sobrecompensar la carencia de autovaloración, la sobreexigencia puede ser atroz, aunque la persona se quede sin comer ni dormir, generando unas ojeras con las que podría hacerse un moño… Alto ahí! Para qué? Una vez más, lo que está sucediendo no es lo que está sucediendo sino mi actitud: quiero eso? Qué parte de mí lo quiere? Tanto? Pues a veces el problema no es el “qué” sino el exceso. Recordemos que uno de los pilares del conocimiento y el equilibrio interior, para los griegos, estaba escrito en el Templo de Delfos: “Nada en exceso”.
Desprenderse del querer irradiar cualquier imagen es una liberación que uno debe conquistar: ni ser “el bueno”, ni “el servicial”, ni “el exitoso”, ni “el que todo lo puede”…
Tampoco, desde la carencia de autovaloración, buscar ser “el que hace felices a los demás” (lo cual suele generar exigencias personales altísimas!)… Tengo que decírselos, pues considero que ya somos grandes, disculpen: Papá Noel no existe (y si existe, no somos ninguno de nosotros. O sí?)
- Naufragar en obligaciones: Hay personas que lo pasan muy mal durante las Fiestas porque tienen dos grandes talentos inversos (o sea, que los usan para mal):
1) Generarse obligaciones que no haría falta que existieran (por ejemplo llamar a amigos que ya no existen para desearles Felicidades, llevar regalos estrictamente elegidos con esmero para personas que ni siquiera aprecian, asistir a tooodas las fiestas de egresados de los hijos de sus amigos, muestras de sus cursos de teatro, de manualidades y de acupuntura, para “no fallarles”… aunque queden con taquicardia e insomnio porque la agenda les explota… y todos los etcéteras). Por favor, aquí hace falta la práctica de Maitri, como dice la Psicología Budista: “amistad incondicional consigo mismo”. Ver si realmente puedo, si quiero, buscando el mismo cuidado para con nosotros que tendríamos para con cualquier ser querido. Es más: convertirnos en un ser querido para nosotros mismos! Eso es Maitri.
2) Tomar obligaciones que no son suyas sino de otros, quienes perfectamente podrían cumplirlas (seguramente porque es lo que hace durante el resto del año!). Así, el “cumplidor” autogenera un estrés agudo a costa de la pereza ajena; en este caso recordemos que en muchas ocasiones en que somos abusados en nuestra buena voluntad (o en nuestra neurosis) estamos siendo responsables de que exista un abusador (así se trate de nuestro hijo, nuestro padre o nuestra hermana)… con lo cual colaboramos en una acción que no es ética, a pesar de que lo hagamos con buena intención!
Cuáles son mis reales ob-ligaciones? Sí, así, separado. Porque la etimología nos lo dice: ob = entorno, alrededor; ligare = lazos, ataduras. Alto otra vez! Preguntarse a sí mismo: esta obligación…
a) Es real o me la autogeneré?
b) Es mía o es de otro?
c) Es necesario que sea tanto, o le pongo una intensidad excesiva que me hace mal?
d) Por qué o para qué lo hago? (Sobre todo si tiene que ver con el punto anterior acerca del irradiar una imagen)…
- Entonces? Entonces, creo que lo principal es revisar la propia actitud, y tratar de no dañar ni dañarse: crear el mejor momento posible, con sencillez, y ubicarse en el rol que, a conciencia, consideremos el más sano para nosotros.
A veces, inclusive, contamos con la libertad de ver las Fiestas como desde afuera, y elegimos eso, quedándonos tranquilos en casa y disfrutando de un momento de introspección. Si estamos atentos al presente, y a que para algunas personas cuya real obligación no es estar con otros (pues a veces sí lo es, como parte de lo coherente, según hayamos construido nuestros lazos), podemos hacer algo frugal, simple, y, otra vez decir como el poeta Galeano (cartel que está en la puerta de mi casa), “En un mundo de plástico y de ruido, yo quiero ser de barro y de silencio”. Eso elijo yo. Los acompaño desde esa elección, con todo mi afecto…
Lic. Virginia Gawel
Publicado por la revista Sophia OnLine en diciembre de 2013
jueves, 18 de diciembre de 2014
Tu desafío mayor
Va caminando por la calle empedrada, con su pequeña mochila
en la espalda. Está al borde de la escalera de adoquines que baja hacia el mar.
De pronto, hace algo inesperado: como si la fuerza de gravedad quedara
suspendida, salta como una langosta, apoya sus pies contra un paredón de la
calle y se propulsa hacia el aire, dando una cabriola grácil que le deja
trepado al borde del balcón del mirador; en un instante más, gira haciendo un
trompo y aterriza, como si nada, en el escalón de piedra de donde había
partido. Parece hecho de aire. Pero es de carne y hueso. Se llama Edgard y
tiene 20 años. Modesto y sensible, no se envanece de su habilidad. Vive en
Valparaíso, Chile. A veces trabaja como Hombre Araña animando fiestas
infantiles. Y es mi guía por esa ciudad. Estudia Psicología en la Universidad
Viña del Mar, donde ese día yo daré un taller para jóvenes de su edad. Con
Carito, de cabello rojo, me llevan a conocer los recovecos de ese lugar
increíble que es “Valpo”, construida en las colinas de los Andes, con
funiculares de más de 100 años, escaleras y calles inclinadas, colorida y fuera
del tiempo.
Edgard practica parkour: una disciplina de origen francés,
que consiste en desplazarse por cualquier entorno usando las habilidades del
propio cuerpo y procurando ser lo más eficiente posible en cada movimiento para
que sea seguro. Esto significa superar los obstáculos que se presenten en el
recorrido: vallas o barandas, muros, escaleras… Y aquí viene algo fundamental:
la filosofía del parkour también implica que el practicante sostenga esa misma
actitud ante las dificultades de la vida diaria para aprender y crecer como
persona, viendo la dificultad como una oportunidad y no como un problema.
“Me hace mucho bien para centrarme. Si salto contra esta
pared, por ejemplo, y no estoy plenamente presente al hacerlo, o quiero
resultar interesante para que me admiren, corro el riesgo de lastimarme. Me
enseña a vivir totalmente en el ahora, pues si me quedo pensando en la columna
que dejé o en el balcón sobre el cual me voy a trepar, pierdo pie respecto de
donde estoy parado en este instante”.
Yo aprendo. Absorbo los colores de Valparaíso que me envuelven
como en un velo onírico. Escaleras públicas que suben y bajan. Callecitas que
se entrecruzan invitando a perderse gentilmente. Todo es luminoso. Sin embargo,
hace sólo siete meses aconteció el mayor incendio de la región, quemándose allí
mismo casi 3.000 viviendas. Yo aprendo: la vida se empeña en seguir viva. El
color vuelve a emerger. Las ciudades, los pueblos, son como las personas: hacen
de sus cicatrices la posibilidad de lo Nuevo. Para ello, estos mismos
estudiantes ayudaron a remover escombros, rescatar lo posible, reconstruir.
“Como aún no estamos graduados de Psicólogos, sólo podíamos ofrecer mano de
obra para esas tareas. Sin embargo, ante cada remoción de escombros, los
pobladores se apoyaban en que les pudiéramos escuchar su dolor, su pérdida, su
desesperación… y eso nos hizo sentir útiles de otra manera también”, dice
Edgard con su pequeña mochila a cuestas. Carito calla mansamente, envuelta en
su largo pelo rojo. Yo aprendo.
El sol busca el horizonte del Pacífico para bañarse; el
cielo tiene el mismo color del cabello de Carito. Ella es parte del paisaje:
silenciosa y perceptiva, también aprende. “Antes, yo pensaba que lo que Edgard
hacía era sólo saltar; luego aprendí a escucharlo: desde dónde lo hacía, por
qué, para qué, la filosofía que había detrás”. Quizás sea así con cada persona
que vemos: observamos su accionar, pero desconocemos qué la mueve a hacer lo
que hace. Tal vez hasta pensemos que está actuando egocéntricamente, pero su
realidad sea una tenaz búsqueda del espíritu… Yo aprendo.
Edgard me cuenta su historia de vida y me habla de los
dolores personales superados, de sus anhelos. “Cuando una persona practica
parkour, su desafío es, simplemente, su próximo salto. Aprendí que cada desafío
es igual de importante: no es menor el de quien tiene que saltar un metro,
respecto de quien salta desde una terraza, pues no se trata de metros, se trata
de superar el miedo y las limitaciones mentales. Y tiene tanto mérito animarse
a un metro como a diez, pues el mérito está en animarse”. Yo aprendo.
El día termina. Los graffittis de Valparaíso tienen vida
propia: nos hablan de la resurrección de los colores después de cada negrura.
Ningún incendio puede con la persistencia del espíritu.
Y en todas partes hay buenos maestros, de cualquier edad, que
irradian su enseñanza, a veces sin advertirlo. Si estamos atentos, aprendemos.
Al menos, eso quiero para mí. Ahora y siempre.
Virginia Gawel, para Sophia OnLine, noviembre de 2014
Convivir con lo que ignoramos
Amo a la gente que dice “No sé” cuando no sabe. La respeto.
Aprendo con ella.
Se dice en la mitología oriental que la diosa Durga
representa, entre otras cosas, lo desconocido: aquello que ni siquiera la
ciencia podría develar. Me encanta esa imagen: la ciencia avanzando, el
conocimiento queriendo cortar la niebla como con una tijera… pero para hallar
que el reino de Durga no sólo no se achica a medida que el conocimiento avanza,
sino que, por el contrario, se vuelve más vasto, más misterioso, más ilimitado.
Un buen científico es el que sabe que hay más de lo que
ignora, que de lo que sabe. Se sobrecoge por lo que aparece ante sus ojos; se
maravilla. Y guarda profundo respeto ante eso desconocido, sabiendo que sólo
podrá formular hipótesis y, sobre todo, que una hipótesis no es una conclusión:
es un supuesto que habrá que comprobar (o que quizás nunca pueda ser
comprobado, sino que servirá como muleta provisoria para seguir caminando hacia
el procurar comprender un poco más).
Buscando antiguos correos encontré una gacetilla que recibía
con pasión cada mes, en el año 2007. Hablaba de los secretos del mar, y la
escribía un instructor de buceo llamado Tito Rodríguez. Un día, uno de esos
correos que yo tanto esperaba traía la noticia de que el corazón de Tito se
había detenido en el fondo del mar, mientras buceaba. Me atravesó saberlo.
Extrañé sus correos; añoré a esa persona que nunca llegué a conocer, pero que
me acompañaba a asombrarme. Hoy, encuentro sus palabras:
“Un extraño tiburón se acercó a la superficie. Es un
tiburón desconocido, su forma resulta extraña y no figura en los catálogos, su
nombre no figura en los listados porque aún no tiene nombre. El mundo se
sorprende, la prensa lo llama “el tiburón prehistórico” ¿acaso no lo son todos?
Los seudo científicos esbozan un pre-retrato: ‘Es un tiburón que vive a más de
mil metros de profundidad’. ¿Cómo aseverar ante lo desconocido? Tal vez,
ponerle títulos a la ignorancia nos aleja de ella.
Pero… ¿de dónde proviene la sorpresa? El Censo de Vida
Marina que se está desarrollando actualmente indica que apenas conocemos un 15
% de los peces existentes en los mares del mundo. Lo que significa, claramente,
que el 85% nos son totalmente desconocidos. Si sacamos la cuenta de que hay más
peces que aves, mamíferos y reptiles juntos, podríamos asegurar que
desconocemos a la mayor parte de los animales que pueblan nuestro planeta”.
Es cierto, Tito: “Tal vez, ponerle títulos a la
ignorancia nos aleja de ella”. Por eso: cuidado. Porque cuando esto mismo
sucede en relación al océano interno de una persona, al ponerle etiquetas
equivocadas por no tolerar la ignorancia, podemos estar generando una profunda
confusión (en nosotros mismos y en el otro). Estaremos clasificando a las habichuelas
dentro del grupo de los anfibios, y luego, andaremos por la vida muy
satisfechos de “haber resuelto el problema”.
Yo no puedo hablar de mar ni de insectos. No sé el nombre de
las constelaciones ni distingo la fórmula del benceno respecto de la del ácido
clorhídrico. Yo sólo sé escuchar. Durante treinta años he escuchado. He
escuchado amar, duelar, enojarse, sufrir, anhelar, buscar, encontrar, perder…
He escuchado gente. Y me consta que un terapeuta, o un humano que se navega por
dentro, necesitan tener muy claro dónde empieza el reino de Durga (tanto como
un navegante precisa saber que está atravesando el Ecuador o entrando al
Triángulo de las Bermudas).
Le hará falta ser paciente con la propia ignorancia. Ser
modesto. Y, si estamos buscando ayuda, ser muy, muy prudentes. Porque una de
las cosas difíciles de decir es “No sé”. Y cuando no se puede decirlo, tomamos
la etiquetadora de remarcar los precios en el supermercado, pero la usamos para
generar confusión pegando etiquetas explicativas. “Tu cáncer de estómago es
por algo que no quisiste digerir”. “Esta fobia se debe a que hay una
energía densa que estás absorbiendo de tu pareja y de su hijo”. “Típico
del complejo de castración: no habrá pareja que se quede a tu lado”. “El enojo
que se aloja en tu plexo solar es resultado de tu vida anterior, en el que
fuiste herida en medio de la batalla cuando tenías a tu niño en brazos”. “Esta
técnica es para alinear tu ego con el eje de la galaxia”. “Voy a
decodificar de tus células el karma de tu familia y el de los hijos que tengan
tus descendientes”. “Me lo han dicho los Maestros Guías”. “Lo sé
por las plantas sagradas”. “Me ha bajado esta información”.
No piensen que estoy inventando todo esto: ¡no me alcanzaría
la creatividad! Son cosas que escuché, junto con muchísimas más, ante pacientes
atribulados por el gran “hallazgo” del sanador en cuestión.
¡Cáspita! Cuidado con poner etiquetas. Cuidado con
comprarlas. En síntesis: ¡cuidado con no dudar, por favor! Y cuidado con usar
palabras científicas para aquello que, sencillamente, no sabemos. La palabra
“cuántico”, por ejemplo, -tremendamente respetable en el área de la Física-
está hoy en boca de cualquier persona para explicar por qué el nene tiene tos,
y su doble etérico está en el futuro a punto de necesitar un cambio de pañales
(cosa que, si la hacemos, modificará cuánticamente el destino de toda nuestra
progenie).
Perdón si molesto a alguien con la ironía. Les pido un
poquito de paciencia para conmigo, esta vez: he escuchado. Y me ha cansado todo
este asunto: me subleva. Porque daña. He visto a tanta gente confundida,
perdiendo tiempo en teorías o técnicas traídas de los pelos, llevando el
estigma de “diagnósticos” que carecen de fundamento. Las librerías están llenas
de ello. Los programas de radio, la TV. Cuanto más improbable es su fundamento,
más ceros tiene el costo del taller, de la sesión, del cristal mágico…
Necesitamos volvernos más modestos. Sí, querido Tito, a
quien nunca tuve el gusto de mirar a los ojos. Aunque nos quedemos así,
flotando en lo no conocido. Pero el “No sé” habilitará una puerta valiosísima:
la de seguir investigando, sin buscar la salida fácil, sin decir que podemos lo
que no podemos. O quizás dejando que pueda aquello a lo que es mejor no ponerle
nombre (como lo han hecho los grandes terapeutas, queridos Carl Jung, Milton
Erickson y tantos otros…). Otorgándole a Durga su justo lugar.
Virginia
Gawel, para Sophia OnLine, octubre 2014.
Las No-Madres
“¿Usted tiene hijos?” “No, nunca quise tenerlos”. ¿Qué
piensa quien recibe esta respuesta acerca de quien se la dio? Si quien
respondió es un hombre, posiblemente no llame demasiado la atención. Es un
hombre, y punto: no tiene por qué “sentir la imperiosa llamada de las entrañas”
para parir. Pero… ¿y si quien responde es una mujer? No es raro que,
socialmente, suceda algo de todo esto que quisiera enumerar:
-Por un lado, que la mujer que enuncia esa respuesta se
sienta algo así como en falta, con necesidad de dar alguna explicación de por
qué no quiso tener hijos (cual si fuese un contribuyente ante el fisco, dando
razones de por qué no pagó sus impuestos). Se sienta, sí, sospechada de algo,
acusada, juzgada (sea eso real desde su interlocutor, o no).
-Por otro, no es infrecuente que quien la escucha sienta o
bien que está ante una fémina desnaturalizada, o una fanática feminista algo
desquiciada, o tal vez una mujer que no ha reconocido que prefiere a alguien de
su mismo sexo… Quién sabe. Pero “algo raro hay” en esa mujer que no quiere
tener hijos. Mmmmm…
- Otras personas, al recibir esa respuesta, no es raro que
piensen o sientan automáticamente algo así como “Pobre, no pudo realizarse”. Si
éste es el caso, no es raro que le diga entonces algo que suene a “Bueno,
pero al menos tienes hijos del espíritu”, o“Bueno, pero tus escritos
(tus cuadros, tus alumnos, tus fotos, tu obra…) son como tus hijos”. (Como
si se estuviera anunciando que esa mujer no-madre ha salido al menos favorecida
con un “premio consuelo” en vez de tener el premio principal.)
- Hay un cierto porcentaje de personas que, en cambio,
inmediatamente tienen esta etiqueta para pegar en la frente de la susodicha: “Ésta
sí que tiene la vida fácil: no le toca fregar, correr, afligirse… Tiene todo el
tiempo para mirar al techo y limarse las uñas.”Cuando esto es mecánico y
meramente prejuicioso, no se considera que la vida de esa mujer puede estar
cuajada de otros temas para resolver, otras dificultades, anhelos, prodigios…
otras solidaridades por las que correr, amar, afligirse y gozar. Pues, como
todo prejuicio, es así de estrecho, escasísimo para una realidad que le excede
por los cuatro costados sin que la persona lo advierta.
Claro: el mundo tiene 7.000 millones de habitantes, y hay
entre tantos seres todas las circunstancias posibles. Lo que quisiera es dar
espacio digno, no-sospechable, no necesitado de consuelo alguno, no merecedor
de prejuicios a la minuta a quien, siendo plenamente mujer, íntegramente
persona en muchísimos otros roles, ha elegido no ser mamá. Y quiero
decir claramente que eso no necesariamente es una “represión del instinto”, no
es “debido a un trauma de la infancia”, no es “una autonegación de la plenitud”.
Ni siquiera que “no encontró el hombre adecuado con quien tener familia,
pobre”. Tampoco necesariamente es que esa mujer sea egoísta, centrada
en sí misma, mezquina para el amor… porque eligió no tener hijos. Hay quienes
sí, podrán caber en cualquiera de esos casilleros. Pero no estoy hablando de
ellas. No. Quiero decir clarito que hay otra posibilidad. Que…
- Hay mujeres que, simplemente, no tienen el anhelo de ser
mamá, y son psicológicamente sanas, emocionalmente abiertas y afectuosas,
solidarias, emprendedoras, participativas en mejorar el mundo… pero que el
tener hijos les resulta tan deseable como lo sería entrenarse para ser
astronauta de la NASA. Indiferente a su anhelo, no es una posibilidad perdida o
negada, porque la han desestimado como posibilidad para sí mismas.
- Dado que esas mujeres no desean ni
desearon tener hijos, no requieren de compasión alguna al
respecto, ni son dignas de lástima: no guardan frustración ante esa
circunstancia, simplemente porque la eligieron y la siguen eligiendo.
- Sí es posible que esa mujer tenga que lidiar en lo
cotidiano con todas estas proyecciones que acabo de enumerar. Y no
siempre es fácil. Necesitamos ver cuándo, socialmente, colocamos esas
etiquetas desde la ignorancia, sin comprender, por ende, cómo es el mundo
interno de esa mujer que toma una opción menos frecuente (y, sin embargo, cada
vez más frecuente en nuestra cultura). Es preciso que nos demos cuenta de si
algo de esto nos sucede, porque el cambio social sólo viene (ya lo sabemos) si
cada uno de nosotros es parte personal de su asunción cotidiana.
- Es preciso comprender que la obra que una mujer sin hijos
brinde hacia el mundo no es“un premio consuelo”, un “sustituto” de
la familia no constituida, una “sublimación” del instinto materno. Eso que esa
mujer realiza no son sus “hijos del espíritu”. Por favor,
considérese esto: cuando un hombre sin hijos crea obras hacia el mundo nadie
cataloga su quehacer como sustituto, sublimación ni premio consuelo. Es
su obra, no sus “hijos del espíritu” (“pobre!”). La
obra de una mujer hacia el mundo es, así de simple: su obra, lisa y
llanamente, como lo es la de un hombre.
Y estemos atentas, queridas mujeres, porque, por formateo
cultural, quienes en este caso ejercen esta suerte de inconsciente
discriminación que he enumerado, más que los varones suelen ser otras
mujeres; sí: no se trata en este caso de etiquetas que el género opuesto
coloca en la frente de la fémina no-madre: son las otras féminas que puede que
a veces la miren como bicho de otra especie.
Estemos atentas y aprendamos todas de todas: quienes tienen
hijos, de las que ejercen su derecho a no tenerlos con tanta naturalidad como
ejercen el inhalar y exhalar unas 15 veces por minuto, sin siquiera
planteárselo y sin que nadie les pregunte por qué lo hacen.
Y estemos atentas las que hemos elegido no tener hijos así,
de modo simple y llano, escuchando nuestro corazón, porque no es difícil, en
este tiempo en que la sociedad redefine tantas fronteras, que alguna no-madre
(ni nombre hay para esa condición!) crea que es más mujer o más “evolucionada”
por no haber cambiado pañales o tenido insomnio tantas noches ante el destino
de un hijo (como los millones de madres de todos los tiempos y culturas). Ésa
sería otra modalidad de discriminación. No: cada una es valiosa en su
lugar, con el destino que ha elegido o que le tocó. Todas necesitamos aprender
de todas. Todos de todos. Porque la pandemia más peligrosa no es el ébola ni la
gripe aviar: es la ignorancia disfrazada con la ropa de la verdad. El
antídoto es esa disposición a aprender. Y el maestro es el otro, si leo los
capítulos de sus libros. Que no nos suceda como decía el querido Don Atahualpa
Yupanqui: “El alma escribe sus libros, pero ninguno los lee”. Abre
tu pecho: quiero leerte. Necesito que me leas, tal como estoy escrita. Así.
Virginia Gawel, para la revista Sophia OnLine, octubre de 2014
Imagen: Pilar Ríos
Suscribirse a:
Entradas (Atom)