domingo, 3 de agosto de 2014

Emociones autoadictivas: "Limpiar el recipiente"


Adentrarse en sí mismo, sí, requiere hacer contacto con las emociones difíciles. Pero el objetivo es “limpiar el recipiente” para que la frescura pueda habitar en nosotros: que esas emociones sean oleadas, excepciones, para poder habitar nuestra interioridad con espíritu diáfano tanto como nos sea posible. En ese “limpiar el recipiente”, el trabajo sobre las emociones rancias se vuelve indispensable. Desde la antigüedad se lo ha expresado de distinta manera, y muchas disciplinas que apuntan al desarrollo psicoespiritual lo tienen como paso indispensable para acceder a cualquier otro tipo de práctica más sutil (hacia las que es tentador escaparse en vez de “limpiar el recipiente”!). Como dijo alguna vez Ken Wilber, esa “fuga hacia la luz” es como pretender hacer un “by pass espiritual”. 

Desde la neurobiología hoy se sabe que las emociones rancias, cuando se dan como un estado recurrente, generan un fenómeno curioso: la adicción a sí mismo. Así es: no se trata de una adicción a consumir distintas sustancias, sino un tipo de adicción mucho menos evidente, socialmente desapercibida: a auto-generar estados emocionales rancios. ¿Cómo es esto? Sí: las emociones ingratas (la disconformidad crónica, el resentimiento, el estado de ofensa permanente, la lástima de sí, la melancolía...) implican la presencia en sangre de determinadas sustancias bien específicas. Para quien tiene este tipo de auto-adicción, los estados de bienestar pueden generarle algo así como un síndrome de abstinencia. En ese momento del “estar bien”, ponerse mal con cualquier justificativo puede equivaler a darse una inyección de una droga, o aspirar cocaína. Y, si la persona no se da cuenta, se repite, y se repite, autogenerando una y otra vez el mismo estado emocional, con distintos contenidos aparentes. Es más: puede ser que inclusive busque circunstancias y vínculos tóxicos que le garanticen la provisión de su droga endógena. Como en muchos países se dice, “hacerse mala sangre”...

Una pregunta inteligente, entonces, es, autorrefiriendo esta información: ¿a qué emociones rancias soy auto-dependiente?. El trabajo posterior no consistirá en anularlas, decidiendo desde el voluntarismo “no sentirlas más”. Ésa es una pretensión imposible! La tarea será investigarlas, estudiar su comportamiento mediante la autoobservación, tal como estudiaríamos a una especie animal para comprender sus costumbres. Y, dado que la observación modifica a lo observado (como lo expresa la Física Cuántica), esa tarea implicará un proceso de transformación personal, poco a poco, paso a paso...

Aquí va un cuento relatado por Al Ghazali en el siglo XI, que nos habla sobre este fenómeno interior... tan antiguo como el mundo! (La adaptación del cuento es propia...):

En cierta ciudad de Oriente las tiendas estaban organizadas por calles: la de los vendedores de telas, la de los que comerciaban todo tipo de lámparas y aceites, la calle de quienes vendían pájaros en distintas clases de jaulas... Una de esas calles era la de los vendedores de perfumes, en la cual, tienda tras tienda, podían obtenerse las más exóticas y exquisitas fragancias.

Un basurero, que trabajaba a diario recogiendo desperdicios en un poblado vecino, estaba por primera vez de visita en esta ciudad. (De hecho, también era la primera vez que salía de su propio poblado, tan poco era lo que había podido viajar...).

Recorriendo, asombrado, las distintas tiendas especializadas, cuando comenzó a caminar por la calle de los vendedores de perfumes, de pronto cayó al suelo, como muerto. La gente trató de revivirlo con fragantes aromas, colocándolo bajo sus narices para hacerle volver en sí; mas sólo lograban con ello empeorar su estado, produciéndole convulsiones y patéticos estertores.

Finalmente apareció un ex basurero, quien conocía al desdichado por haber trabajado en su poblado, hacía mucho tiempo atrás. Con sólo dar un vistazo a la escena, inmediatamente comprendió la situación. Manoteando rápidamente una bolsa de residuos que estaba junto a la puerta de una tienda, tomó algo inmundo y, agachándose frente al basurero, apartó a todos los que trataban de socorrerlo. Entonces sostuvo esa inmundicia frente a la nariz del hombre, gritándole: “Huele! Huele!”.Así fue que, para sorpresa de todos, el desmayado revivió inmediatamente: abrió sus ojos, como fascinado, dibujándosele en el rostro una amplia sonrisa. Y, con el estupor de los presentes, gritó a viva voz: “¡Esto sí que es perfume!”.

© Virginia Gawel

(Publicado por la revista Sophia OnLine en marzo de 2012.)

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