Hace muchos años (cuando aún no existía internet) mi espacio de trabajo tenía una sala de espera, y en ella una pizarra con frases motivadoras que apuntaban a trabajar sobre sí mismo (como las que hoy se suben al muro de Facebook). Recuerdo que una de ellas era de Norman Mailer, quien, sobre un papel de fondo amarillo, decía: “Hay una ley en la vida, cruel y exacta, que afirma que uno debe crecer o, en caso contrario, pagar de más por seguir siendo el mismo”. Qué cierto veo este concepto, a la luz de los años transcurridos! Pero lo que quisiera subrayar es que un día en que yo iba a brindar allí una conferencia un señor fue primero en llegar, muy temprano para el horario previsto. Miró la casa, la biblioteca… caminó en silencio… y se detuvo frente a la pizarra a leer los pensamientos que allí compartíamos. La persona que recibía a la gente me contó que a medida que todo esto acontecía el rostro del hombre iba demudando, hasta que la pizarra lo desbordó; volvió el rostro hacia ella, se levantó los anteojos para verla más nítidamente, y le dijo: “En este lugar, ni bien uno entra ya te quieren cambiar”.Acto seguido giró sobre sus pasos y se fue, mucho más rápido que como había entrado. Ups!
Ese señor también soy yo. Dentro de cada uno de nosotros hay una parte (más fuerte o más pequeña) que no quiere cambiar, y que tampoco quiere que nada cambie. Aunque estemos sufriendo! Se da en lo íntimo una paradoja notable: anhelamos lo diferente, pero le tememos. Por algo ese señor vino a la conferencia! Y por algo, también, se fue antes de que siquiera comenzara…
Por qué tememos al cambio? Por instinto. El instinto de conservación hace que nos aferremos a aquello que ya conocemos, aunque esté siendo penoso. Somos retentivo de lo “seguro”. Se genera una contracción psíquica por la cual nos aferramos a lo que, por lo menos, nos conservó vivos hasta ese momento. Y no hay por qué pelearse con esa parte de sí: es necesario escucharla, pues, simplemente, es como un pequeño conejo asustado. Patearías a un conejo? Le gritarías? No. Lo tomarías entre tus manos y procurarías calmarlo, comprendiendo que en su naturaleza vulnerable tienda a encogerse o a querer huir.
El miedo a lo nuevo tiene un nombre (que el querido Carl Jung solía citar):misoneísmo. Lo nuevo, en verdad, deconstruye (por lo cual se genera, primero, un caos fértil que precederá a un nuevo orden); pero cuando estamos contraídos en verdad sentimos que podría destruirnos. Ya sea que se trate de un nuevo vínculo, lanzarse a un emprendimiento, estudiar algo que siempre anhelamos, viajar… La identidad que hemos armado se verá modificada, y eso nos asusta. Pero el instinto de conservación, si trabajamos con nosotros mismos, puede ser también el primer escalón para subir hacia otra zona nuestra, que está motorizada por unametanecesidad (o sea, una necesidad del espíritu): la de movernos hacia una identidad más amplia, más libre, más plena… Como decía Abraham Maslow, vamos, en ese caso, a optar por una elección de crecimiento (en vez de contraernos en base a una elección nacida del temor).
Autogestar el cambio es una actitud valiente: como lanzarnos a un torrente muy distinto de las habituales aguas que solemos navegar. Hay remolinos, turbulencias, y también amables corrientes que pueden conducir nuestra nave a mejor puerto. El cambio es inevitable: aun cuando creamos que no sucederá porque no lo hemos elegido… acontece. Es una ley de esta dimensión de la realidad. Lo que resulta maravilloso es cuando ese cambio nace del osado, del audaz, de quien obedece a esa metanecesidad. Allí uno aprende a moverse desde otros parámetros. Y reconoce que la opción está en uno. Está en uno.
Quiero compartirles una canción que suelo cantarme a mí misma en tiempos de cambio, cuando la turbulencia de lo desconocido va cesando y un nuevo orden se asoma. Es del brasileño Almir Sater, y hay una versión muy conocida en la que él mismo canta con María Bethania. Aquí, una traducción libre (que permite combinarla con la música si uno la quisiera cantar). Que les acompañe! (Si quieren escucharla, arriba está disponible con sólo clickear...)-
Ahora me dejo vagar porque ya tuve prisa
y llevo esta sonrisa
porque ya lloré de más.
Ahora me siento más fuerte, más feliz… quién sabe,
sólo llevo la certeza de que poco sé…
o nada sé…
Conocer las mañas y las mañanas,
el sabor de las pastas y las manzanas…
Es preciso Amor para poder pulsar,
es preciso paz para poder sonreír,
es preciso lluvia para florecer.
Pienso que cumplir la vida sea simplemente
comprender la marcha e ir jugando al frente…
Como un viejo boyero arreando su manada
voy palpando días por la senda larga, voy…
camino soy…
Todo el mundo ama un día,
todo el mundo llora. Un día la gente llega
y se marcha otrora…
Cada uno de nosotros crea su propia historia
y cada ser en sí alberga el don de ser capaz
y ser feliz…
(Publicado en la revista Sophia OnLine en mayo de 2013.)
© Virginia
Gawel
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