Ninguna medalla, ningún título, ningún posgrado, vale tanto. Es digna de honra.
¿Qué? Tu cicatriz. Allí: en el centro del pecho. Las mejores personas que hayas
conocido, seguro que la tienen. La que obra con dignidad, la que es capaz de
compasión, la que ejerce una sabiduría que no está en los libros… En algún
momento la vida patea las puertas del pecho, lo allana, lo requisa, lo saquea…
Y hay quien se queda así: tapia el pecho, lo sella con múltiples cerrojos, y va
dejando que se le vuelva un sótano húmedo, lleno de cosas viejas. Pero hay
quien, a pecho abierto, decide aprovechar la circunstancia para volverse… más
completo, y más humano. Toma aguja e hilo y, pacientemente, con la ayuda del
tiempo, va juntando sus pedazos, y borda en su pecho la más honrosa
cicatriz.
Pero cuidado: cuando uno está recién devastado, puede confundirse, al escuchar
las seductoras voces de la oscuridad: “Esto es para siempre…”, “Nunca más se
cerrará…”, “Nadie nunca ha sufrido tanto…”, “Te lo tienes merecido, pues
hiciste todo mal”…. Por favor, si es así… NO LES CREAS, aunque te lo sigan
diciendo. Son como los monstruos de utilería del Tren Fantasma, que espantan
con sus máscaras en los parques de diversiones… Tu situación es otra: es como
si fueras por la ruta de noche, y atravesaras un largo túnel subterráneo en el
cual se ha cortado la luz; y te da miedo: parece que nunca va a terminar; sin
embargo, ningún túnel es infinito, aunque te parezca que estás tardando
demasiado en salir. Hay afuera. Hay horizonte. Pero es natural que no lo veas
mientras estás mirando hacia adentro para suturar tu herida. Si es posible,
estate cerca de quienes te lo recuerden: otros que ya hayan curado su propia
cicatriz.
Y el tiempo pasa. Y si uno está dispuesto a no juntar moho, a no convertirse en
un sótano viviente, la luz del sol penetra, cierra los tejidos de un modo
insospechado. Hipócrates decía que el cuerpo tiene una naturaleza medicatriz:
una inteligencia que hace que sus lastimaduras se auto-reparen. Y si el cuerpo
está provisto de esa inteligencia, ¿cómo no va a estarlo lo invisible que lo
anima? Aunque no sepamos cómo hacerlo, nuestro Inconsciente sí: él tiene ese
don auto-reparatorio, y trabaja día y noche para que volvamos a pararnos sobre
nuestros propios pies. Sólo hay que ayudarlo: confiar en el proceso, no
encerrarse, no aislarse, no creerle a las voces de la oscuridad… Y a medida que
se va saliendo del túnel, aprender a honrar la herida. A convertirla en parte
de tu más preciado patrimonio: la ventana hacia una visión de la realidad más
sensible, más madura… más sabia.
© Virginia
Gawel
www.centrotranspersonal.com.arPublicado en el boletín de los Grupos "Renacer", año 2009.
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