domingo, 3 de agosto de 2014

Comprender de qué estamos hechos... y servir!


La vida a veces es como un cuchillo: en algún punto del camino, te hace un tajo al medio, como si fueras una almohada, y allí se ve de qué estás “relleno”. Entonces no hay maquillaje psicológico que valga: las defensas que nos constituyen, la imagen que queremos dar, el mundito que hemos construido para evitar el Mundo... caen como una fruta madura que se descuelga de su rama. Y lo que sale es lo que somos (ya no lo que pretendemos "ser"). El tajo puede dejar a la luz nuestras más recónditas miserias, nuestra avaricia, nuestro resentimiento, nuestras ínfulas de "sentirnos especiales", nuestros prejuicios... pero también nuestro heroísmo, nuestra nobleza, nuestra más entrañable capacidad de compasión... El tajo de la vida nos deja sorprendidos a nosotros mismos por lo que mana de adentro. Y, puesto que somos internamente mixtos, si el tajo es verdadero lo que sale es como una lava ardiente, en que nuestras miserias y nuestras grandezas brotan a chorros, ante nuestra propia mirada azorada.

Muchos de los momentos en que la conciencia se amplía como las pupilas se dilatan en la noche, son así: de tajo abierto. Y allí, abatidas las defensas del Ego, el regalo es éste: una ocasión de espiritualidad verdadera. Y aunque el diafragma de la conciencia luego se cierre, como el de una cámara fotográfica luego del click, ya nada será igual. La letra de un tango dice "la vida es una herida absurda". Sin embargo, esa apertura de Comprensión puede mitigar la absurdidad del tajo, más allá del raciocinio. La herida va cicatrizando y nos vuelve más modestos, más hondos, menos aferrados a lo que no vale la pena: esenciales.

Igual nos pasa socialmente: lo que acontece en nuestra comunidad, si dejamos que nos toque, nos duele como propio... porque también es propio! Si el tajo colectivo nos toca nuestra piel, nos genera una hendidura compasiva, la resultante más natural es la acción de servicio. Grande o pequeña, cualquiera sea. Y si nos mancomunamos con otros, el servicio se multiplica desde la sinergia, y nos animamos a hacer lo que a veces solos no podríamos. Gandhi alguna vez dijo: "Dicen que soy héroe, yo débil, tímido, casi insignificante, si siendo como soy hice lo que hice, imagínense lo que pueden hacer todos ustedes juntos!" Así ha evolucionado la Humanidad en muchísimos puntos flacos; si hay futuro posible y no destruimos el planeta, la evolución colectiva seguirá siendo de este modo: repetición de hechos - toma de conciencia individual – toma de conciencia colectiva - transformación individual y social.

La espiritualidad necesita ir más allá de la intimidad de la oración, de la meditación, del estudio... Necesita repetir este mantra tan eficaz: “Manos a la obra!” Nos haya pasado lo que nos haya pasado, no hay mejor antidepresivo que la actitud de servicio. A veces se trata de ocuparse de una persona en situación de vulnerabilidad, sólo una; otras, de realizar emprendimientos barriales, municipales; otras, de sumarse a grupos ya organizados que tejen, levantan casas, defienden a los animales, donan su tiempo donde haga falta. Y hay veces, también, en que el tajo que hace que salga la solidaridad más profunda de una persona está dado por una situación tremenda, tal como una catástrofe (natural o no). Allí puede manar inclusive el heroísmo, y suele acontecer en ese individuo, en esa sociedad, una transformación radical que barre con su estructura vieja y egoica, e instala al individuo en un lugar más abierto, más interno...

Me nace convidarles un poema que se difundió en el año '93, cuando aconteció la terrible inundación en Santa Fe (algunos de Ustedes ha de recordarlo, seguramente). El poema nos deja ver esto: un hombre que, en ese momento en que él mismo debió ser evacuado por el agua que arrasó con su casa, cambió el eje de su visión del mundo, propiciándosele el surgimiento inequívoco de una mirada compasiva, luminosa y global. Porchia decía "La confesión de uno avergüenza a todos". Mirémonos en el espejo de Carlos: allí aparecerá, quizás, nuestro verdadero rostro. (Para apreciar su proceso de Comprensión, te invitamos a leerlo despacito hasta el final):

 

Empezar de nuevo...

 

Yo le tenía miedo a la oscuridad,

Hasta que las noches se hicieron largas y sin luz.

Yo no resistía el frío fácilmente,

Hasta que aprendí a subsistir en ese estado.

Yo le tenía miedo a los muertos,

Hasta que tuve que dormir en el cementerio.

Más aún, yo le tenía miedo al espanto,

Hasta que tuve que dormir en el crematorio.

Yo sentía rechazo por los rosarinos y

por los porteños,

Hasta que me dieron abrigo y alimento.

Yo sentía rechazo por los judíos,

Hasta que le dieron medicamentos a mis hijos.

Yo lucía vanidoso mi pullóver nuevo,

Hasta que se lo di a un niño con hipotermia.

Yo elegía cuidadosamente mi comida,

Hasta que tuve hambre.

 

Yo desconfiaba de la tez cobriza,

Hasta que un brazo fuerte me sacó del agua.

Yo creía haber visto muchas cosas,

Hasta que vi a mi pueblo deambulando sin rumbo por las calles.

Yo no quería al perro de mi vecino,

Hasta que aquella noche lo sentí llorar

hasta ahogarse.

 

Yo no me acordaba de los ancianos,

Hasta que tuve que participar en los rescates.

Yo no sabía cocinar,

Hasta que tuve frente a mí una olla con arroz

y niños con hambre.

Yo creía que mi casa era más importante que las otras,

Hasta que todas quedaron cubiertas por las aguas.

Yo estaba orgulloso de mi nombre y apellido,

Hasta que todos nos transformamos

en seres anónimos.

Yo casi no escuchaba radio,

Hasta que fue la que mantuvo viva mi energía.

Yo criticaba a los bulliciosos estudiantes,

Hasta que de a cientos me tendieron sus manos

solidarias.

Yo estaba bastante seguro de cómo serían

mis próximos años,

Pero ahora ya no tanto.

Yo vivía en una comunidad con una clase política,

Pero ahora espero que se la haya llevado la corriente.

Yo no recordaba el nombre de todas las provincias,

Pero ahora las tengo a todas en mi corazón.

Yo no tenía buena memoria,

Tal vez por eso ahora no recuerde a todos,

Pero tendré igual lo que me queda de vida para agradecer a todos.

Yo no te conocía,

Ahora eres mi hermano.

Teníamos un río,

Ahora somos parte de él.

Es la mañana.

Ya salió el sol y no hace tanto frío.

Gracias a Dios.

Vamos a empezar de nuevo.

 

Carlos Guillermo Garibay

Santa Fe, 2 de mayo de 2003

© Virginia Gawel


(Publicado por la revista Sophia OnLine en abril de 2012.)

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