domingo, 3 de agosto de 2014

Para amar... volver a percibir


“Te veo, te palpo, te escucho, te siento...”. Qué necesidad tenemos de que eso se dé en nuestras vidas. Como canta Fito Páez: “Te vi, te vi, te vi... yo no buscaba a nadie y te vi.” Pero vivimos tan vertiginosamente que suele sucedernos una realidad penosa: que nadie ve a nadie, y que, si tiene la posibilidad de alguna vez verlo... ya lo da por visto, y prontamente se vincula más con una imagen del otro que con el otro en sí (y recíprocamente sucede igual!).

Necesitamos volver a percibir. Para que eso sea posible uno precisa, indispensablemente, “abrir los sentidos” (así se le llama en la Psicología del Budismo). Y sucede que para la mayoría de las personas (sobre todo quienes viven aturdidos por los estímulos de las grandes ciudades) los sentidos están saturados, aconteciendo un fenómeno muy peculiar que quiero compartirles...

Es tanto el ruido que nos golpea a diario, tanta la aceleración de lo que se mueve alrededor, tantos los olores que nos impactan y de los cuales no podemos defendernos, tantas las imágenes que ingresan a nuestra mente sin pedir permiso... que el sistema nervioso central se defiende instalando un sistema de “amortiguación” para no desequilibrarnos, similar a la sordina del piano. Pero el resultado es que nos anestesiamos sensorialmente (y, dicho sea de paso, “amortiguar” implica, etimológicamente, volver mortecino algo que era muy nítido).

Al estar aturdidos y anestesiados, tenemos tres opciones:  

a) Buscar estímulos cada vez más fuertes, más impactantes, porque los niveles comunes de excitación ya “no producen efecto” (y así escuchamos música a más alto volumen, o comemos comidas más artificialmente saborizadas, o precisamos sustancias que nos sostengan “para arriba”, o descartamos vínculos que nos resultan “demasiado tranquilos”, aburriéndonos de lo que no nos haga correr adrenalina...).

b) Quedarnos así, anestesiados y apartados de la vida, mecanizados y automáticos para que todo pase dejando el menor rastro posible (lo cual garantiza una existencia limitada a su mínima expresión, como una semilla apenas germinada que fuese colocada donde no hay luz...).

c) Tomarnos momentos para aquietar el caos interno y que los sentidos se limpien, las defensas se depongan y algo nuevo pueda suceder dentro nuestro: nos sea posiblevolver a percibir. Esto no es un asunto menor en nuestra vida, pues sin ese aquietamiento dejamos, inclusive, de poder ejercer el afecto, las distintas modalidades del Amor. Cómo vamos a amar si no podemos ver al otro, escucharlo, sentirlo? Una mano anestesiada está a salvo del dolor, sí... pero tampoco sentirá una caricia. Y sin esa apertura sensible, la percepción que empezamos a tener acerca de la vida comienza a tornarse vacía y desolada...

Detener el caos es algo que implica un proceso no solamente psicológico, sino también neurológico: cuando estamos acelerados nuestro cerebro funciona a altísima velocidad, procesando solamente información relevante para lo inmediato... pero dejando de lado lo sutil de la vida. Que la sensibilidad florezca en ese estado tiene tantas posibilidades como las tendríamos de llegar al otro lado de una avenida altamente transitada cruzándola con los ojos cerrados. Cuando desaceleramos nuestro cerebro, se asemeja en cambio a un camino en medio del campo, en el cual hasta un niño podría sentarse a jugar sobre la tierra, de tanto silencio, quietud y espacio...

Los sentidos saturados generan un estado similar al que sucede con quien no practica una alimentación sana: está lleno de comida... pero mal nutrido. Necesitamos “limpiar el paladar de la percepción” teniendo instancias de “ayuno sensorial”, aunque sea en algunos momentos de la semana, del día... Momentos que sean, literalmente, de “retiro”; pues retirando los sentidos de aquello que los perturba surge una renovada capacidad de registrar a los demás... y a nuestro propio mundo interno.


Encontrar los diversos modos en que podemos aquietarnos, en la soledad, en medio de la Naturaleza, de cualquier manera que se vuelva muy nuestra, es un acto dehigiene interna no menos importante que la higiene externa: no podemos “no tener tiempo” para ello, tal como nos lo hacemos para bañarnos!

Y, despejando los sentidos, luego necesitamos salir al encuentro con el otro, con el mundo, con la Belleza, para hacer contacto con aquello que, de otro modo, meramente “damos por sentado que está”. Pues sólo haciendo contacto genuino, despierto y sensible con lo que nos rodea podemos hacer contacto con nosotros mismos. Así lo dijo hermosamente el poeta Roberto Juarroz:


Es tiempo de pasar lista:
Periódicamente,
es necesario pasar lista a las cosas,
comprobar otra vez su presencia.
Hay que saber
si todavía están allí los árboles,
si los pájaros y las flores
continúan su torneo inverosímil,
si las claridades escondidas
siguen suministrando la raíz de la luz,
si los vecinos del hombre
se acuerdan aún del hombre,
si tu nombre es tu nombre
o es ya el mío,
si el hombre completó su aprendizaje
de verse desde afuera
.

© Virginia Gawel
www.centrotranspersonal.com.ar
(Publicado por la revista Sophia OnLine en octubre de 2012.)

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