En una película vi la siguiente situación: una señora mayor se encuentra con un joven “idéntico” a su hijo muerto. Le pide que la vaya a visitar, comienza a regalarle la ropa de ese hijo, e incluso a pedirle que se la pruebe y le muestre cómo le queda. El joven se siente obligado a no contrariarla, y se va viendo envuelto en una trama en la que su identidad se ve totalmente eclipsada por lo que esa mujer ve en él: su hijo muerto. ¿Cómo nos sentiríamos ante esa situación? Seguro que con la desesperada necesidad de que el otro vea quiénes somos realmente y no, en cambio sus propias proyecciones, que se volverían una pesada carga.
En verdad, esto nos sucede todos los días: el ejemplo sólo ilustra una de las tantas proyecciones posibles que una persona puede volcar sobre otra,deformando o hasta anulando la percepción de ese individuo real. Este asunto es tan importante que aún antiguas disciplinas de Oriente lo abordan, con ejercicios que invitan a darnos cuenta de cuándo estamos alterando la realidad connuestras proyecciones. Ese “darse cuenta” es el paso inicial para irrecuperándolas (como un pescador recobra su red del mar), y comenzar a sermás objetivos. Sin esa actitud, la vida se mantiene en estado de Ilusión (Maya, como le llaman en Oriente). El entrenamiento en el arte de autoobservarse afila la herramienta para que podamos ejercer lo que en Yoga se llama Viveka discernimiento (en este caso, discernir entre lo que proyecto respecto de lo queefectivamente percibo). Tan importante es poder hacerlo que a esto se le llama “La Joya del Discernimiento”.
El mecanismo es como el de un proyector de diapositivas: si una persona no-civilizada ingresara a la sala y viese la imagen un león en la pantalla, reaccionaría ante ella como si fuese real; le costaría comprender que no hay allí tal león, sino sólo una figura que la luz proyecta y agranda. Con tanta convicción es que creemos que lo que vemos es tal como lo vemos. La diapositiva de lo que proyectamos está en nuestro Inconsciente. Y eso no es todo: el otro también proyecta sobre nosotros sus propias diapositivas. ¿Cuál es la resultante?Vínculos imaginarios: dos personas encerradas cada una en su cápsula de proyecciones, sin ver al otro, y sin ser vista. Sólo si trabajamos vincularmente con las proyecciones recíprocas podemos generar relaciones reales. De otro modo, sucede como en el cuadro de Magritte llamado “Los amantes”: un hombre y una mujer a punto de besarse... pero cada uno envuelto en un manto azul, cubriendo totalmente sus rostros, sin poder verse ni tocarse en realidad.
¿Qué es lo que proyectamos? Jung, precursor del enfoque Transpersonal, señaló que, en principio, proyectamos arquetipos: matrices que tienen su raíz en el Inconsciente Colectivo, y que hacen que convoquemos determinado tipo de personas (cierta clase de hombre y de mujer, cierta manera de ver a los padres, los amigos, los hijos...). Pero no es sólo eso: también proyectamos las huellas de experiencias anteriores (vuelco en una figura masculina de hoy las heridas queotros hombres me provocaron en mi pasado); proyectamos además una acumulación de carencias y expectativas que depositamos en quien se cruza por nuestra vida (y eso puede directamente aniquilar un vínculo: tener que cargar con las necesidades añejas que el otro proyecta sobre uno resulta fulminante para cualquier relación...). Proyectamos aquellos aspectos internos que, por desagradables, reprimimos, rechazándolos como propios: generalmente los volcamos hacia personas de nuestro mismo sexo... a quienes, entonces, no soportaremos! (Sí, a eso se le llama “Sombra” psicológica).
También proyectamos rasgos que, siendo excelentes, por distintas razones no nos atrevemos a encarnar, dándose así el fenómeno de la idealización. Y aunque parezca agradable que a uno le endilguen aspectos gratos que quizás no tenga (o no en semejante grado), aún entonces está sucediendo el mismo triste fenómeno: hemos desaparecido como individuos, para pasar a ser el dios o la diosa que el otro necesita ver en uno. Además, cuando delegamos en otra persona nuestros mejores atributos, proyectándolos, nos empobrecemos: quedamos alienados de lo que podríamos ser, sin permitírnoslo. Con ello, delegamos poderen esa persona en quien hemos proyectado tanta maravilla (la pareja, un hijo, el terapeuta o un gurú).
Y si esa persona, contraproyectivamente, actúa lo que hemos proyectado en ella, en el caso de que sea alguien nefasto se aprovechará de ese poder para someternos y manipularnos, y si no lo es... perecerá aplastado por la corona que le hemos calzado en su cabeza. Volvemos al párrafo inicial: no importa si las proyecciones son de aspectos gratos o ingratos: el punto es que provocan la imposibilidad de construir vínculos reales entre personas reales.
¿Qué ejercicios pueden instrumentarse respecto de este mecanismo? Al menos enumerémoslos: observar cuándo estamos proyectando contenidos internos, pero también cuándo estamos siendo portadores de proyecciones ajenas; observar cuándo nos comportamos de tal manera como para generar cierto tipo de proyecciones (la imagen de quien quisiera que vieran en mí); observar cuándo estamos sobrerreaccionando ante una persona, ya sea porque la idealicemos o la aborrezcamos sin grandes motivos (seguro que allí se nos ha quedado pegada alguna de nuestras diapositivas de colección!). La tarea no termina nunca: los espejos siguen apareciendo, con sus múltiples proyecciones. De hecho, el Camino del Héroe es, fundamentalmente, eso: un laberinto de espejos. Y es gracias a esos espejos que, buscando la salida, el héroe se convierte en héroe: alguien que va sabiendo quién es, y que percibe la realidad con objetividad y sabiduría. ¿Para qué más?§
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