Procurar convertir la vida en una experiencia de aprendizaje requiere de mucho coraje, mucha persistencia... Como dijo Silvio Rodríguez, "El que siga buen camino tendrá sillas peligrosas que lo inviten a parar..." Pero para transitar esta travesía necesitamos compañeros de ruta con los cuales despertarnos mutuamente. ¿Cómo es esto? Veamos...
La simbología de antiguas Tradiciones de Sabiduría dicen que, respecto de ese camino interno, el ser humano tiende a dormirse, a quedar desconectado del Sí Mismo, de su verdadera identidad: los condicionamientos de nuestra historia y la hipnosis que va tejiendo la sociedad en la que nos desarrollamos limita nuestra conciencia. Es un trabajo profundo el que hace falta para recuperar la libertad que teníamos cuando éramos niños pequeños; eso sería despertar: salir del hechizo de los condicionamientos y recuperar la frescura de nuestra esencia clara...
Conquistar la libertad interna es una tarea ardua; por eso es tan valioso encontrar compañeros de ruta: seres afines que hablen el mismo idioma. Hoy más que nunca los vínculos íntimos para muchas personas representan despertadores internos: la pareja, la familia, los amigos, no son solamente afectos, sino espejos donde mirarse, testigos de quienes somos, aquellos que nos permiten descubrir cómo funcionamos, de qué estamos hechos, lo más noble y lo más difícil que nos constituye. El otro es una oportunidad de autoconocimiento, y nosotros lo somos para el otro, recíprocamente. Cuando este tipo de intimidad no es posible, quizás necesitemos hacer una honda revisión: ¿desde dónde nos estamos comunicando? ¿Cómo relacionarnos de esencia a esencia, sin máscaras, sin alimentar el estar más dormidos que antes? Tarea difícil! Y a la vez, el afecto oficia en ella de motor...
Aquí va un bello poema que habla de ello, escrito por Robert Francis. Que los acompañe!
No permitas que me duerma muy pronto,
o si muy pronto yo me duermo
ven y despiértame.
Ven a cualquier hora de la noche.
Ven silbando por el camino.
Haz ruido en el pórtico. Golpea la puerta.
Haz que me levante de la cama,
que venga hacia ti,
que te deje entrar, y que una luz yo encienda.
Dime que las estrellas del norte están en el cielo
y haz que yo las mire.
O dime que las nubes
acarician a la luna de alguna forma
que nunca antes hicieron, y muéstramelas.
Asegúrate de que yo las vea.
Háblame hasta que yo
esté casi tan despierto como tú,
y que comience a vestirme preguntándome
por qué es que yo me fui a dormir en primer lugar.
Dime que la caminata que nos espera es espléndida.
Quiero que no sólo me lo digas pero que me convenzas.
Tú sabes que yo no soy muy difícil de convencer...
(Publicado por la revista Sophia OnLine en noviembre de 2011)
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