El enfoque Transpersonal integra la Psicología de Occidente con el conocimiento de las Filosofías de Oriente, brindando una visión integral del ser humano. Esa visión incluye aquello que hace a la búsqueda de Sentido, de lo Trascendente (un impulso innato que toda persona lleva en sí misma, se exprese claramente o no). A partir de esta visión integral, el enfocar el tema de los lazos familiares implica investigar el sentido de aprendizaje que esos lazos puedan proveer al individuo: cada circunstancia vital implica una oportunidad de transformación. ¿De transformación hacia qué? Hacia lo que uno realmente es: reconocer los condicionamientos vitales que constituyen nuestra personalidad y trabajarlos para que su accionar mecánico no impida la expresión de nuestra verdadera identidad esencial (lo cual es un trabajo realmente arduo, que nadie puede hacer por nosotros!).
Entonces, teniendo en cuenta este marco conceptual, ¿cómo abordar el trabajo sobre sí mismo en relación a nuestros padres? Podríamos señalar dos puntos de partida, indispensables de ser enunciados:
• Los padres siempre son, en la dinámica psíquica de todo individuo, una problemática a resolver: cualquiera haya sido su actitud en la crianza, los condicionamientos por ellos impresos en nuestro interior requerirán de un trabajo personal para ser elaborados, transformados, digeridos, de modo que pueda emerger nuestra propia identidad, más allá de ellos, y aún gracias a ellos. (Si resultaron ser intolerantes, expulsivos, absorbentes, tortuosos... es claro que habrá mucho por trabajar con esas improntas; pero también lo será si han sido muy bondadosos, tiernos, aceptantes... "ideales", porque quizás tengamos que trabajar intensamente para desapegarnos de ellos y diferenciar quiénes somos nosotros, más allá de su admirable modelo.)
Aquí hay un punto que no quisiera obviar: quizás sea una simplificación decir que "uno tiene los padres que se merece" (visión que fomenta el movimiento de la Nueva Era). Pero tal vez nos aproximemos a la verdad (aunque parezca obvia) si enunciamos que uno tiene los padres que tiene, y eso es irremediable. Bien: la actitud inteligente será ¿qué hago con esto que tengo, siendo que no puedo tener otros? ¿Cómo puedo poner a jugar a favor esta circunstancia ineludible que son mis padres? Para ello tendré que ejercer la madurez suficiente como para, en algún momento de mi vida, renunciar a lo que yo hubiera querido recibir de ellos. Ese acto de renuncia, de soltar la expectativa insatisfecha, es un paso indispensable para comenzar a establecer un vínculo más maduro con nuestros padres, -estén vivos o no, estén cerca nuestro o no-.
Y aquí hay algo más, que es sumamente importante: los padres son un vínculo ineludible no sólo porque el niño estará supeditado a ellos en su incapacidad de autovalerse. Será un vínculo ineludible aún de adultos, así sea que por cualquier grave razón se decida no relacionarse más con ellos. Seguirá siendo ineludible porque nuestros padres van dentro nuestro(como alguna vez me una paciente dijo: "Me los comí, y están funcionando dentro mío!".) Al estar dentro nuestro actuarán desde nuestra conducta, y cuanto menos elaborada tengamos esta introyección involuntaria, más la proyectaremos en los vínculos que establezcamos con otras personas (particularmente en los vínculos de pareja y en las relaciones que impliquen autoridad).
Podría decirse que si el vínculo originario con nuestros padres no está trabajado, sólo encontraremos en nuestro camino... padres y madres! De un modo u otro convertiremos sutilmente a los demás en aquellas figuras paternas, proyectando sobre ellos como en una pantalla blanca las diapositivas que guardamos en nuestro inconsciente. A medida que el individuo trabaja sobre ello, sólo entonces podrá ir estableciendo vínculos reales con los demás, sin distorsionar al otro con sus proyecciones, sino comenzando a ver un otro real (ya no teñido con esos contenidos inconscientes: temores, expectativas, necesidades insatisfechas, rencores...).
Ahora bien: estábamos hablando de nuestros padres introyectados, que van con nosotros estén vivos o no, los veamos con frecuencia o no. Ésa será la materia prima de un hondo trabajo sobre sí que en el Viaje del Héroe será inevitable. Al hacerlo, la resultante irá siendo una mayor comprensión de quiénes fueron y de cómo funcionan en nuestro psiquismo, y, con frecuencia, un agradecimiento por haber contado con esa posibilidad de aprendizaje. Pero... ¿cómo abordar desde esta mirada el vínculo con nuestros padres reales, de carne y hueso? Detengámonos un instante en esta cuestión.
Lo principal es tomar conciencia de que, casi sin excepción, nuestros padres nos son desconocidos (y casi con seguridad nosotros también lo somos para ellos!). Esto significa que el vínculo padres-hijos es, durante largos años, silvestre: está dado, por default, lo cual implica que no lo hemos generado (tal como sí sucedería con una relación de amistad o de pareja). El punto es si, a medida que vamos constituyéndonos en individuos, decidimos cultivar un vínculo con ellos. Si nos quedamos con esa relación silvestre originaria, difícilmente podremos transformar los condicionamientos impuestos por los respectivos roles. Pero en algún momento de nuestro proceso de maduración, más tarde o más temprano puede ser que decidamos generar un vínculo personal con ellos, más allá de los roles: allí descubriremos un hombre, una mujer, seguramente muy distintos de la imagen con la cual nos veníamos relacionando hasta entonces: ¿Quiénes son esos dos humanos? ¿A qué le temen? ¿Qué anhelan? ¿Qué significó para ellos ser padres, y ser hijos? ¿Qué aspectos de su historia desconocemos, que puedan llegar a compartirnos de igual a igual, para armar con nosotros el rompecabezas familiar? Esta tarea requerirá diálogo, actividades compartidas... desarrollar el arte de crear intimidad, en mayor o en menor grado.
Muchas veces esto será difícilmente posible (e inclusive excepcionalmente podrá ser no deseable, si los padres son tan tóxicos como para que el mal menor sea, simplemente, mantener una higiénica distancia). Pero muchas otras (quizás la mayor parte de las veces) esta actitud por parte del hijo resultará un pasaje hacia otra realidad vincular, que tal vez ni siquiera se habría imaginado.
Para ello es indispensable darse cuenta de que cuando uno está frente a su padre, frente a su madre, generalmente no se relaciona con esa persona real, sino con una vieja imagen de ella, primitivamente elaborada desde niños. ¿Puedo permitirme explorar quién es ese humano que ofició el rol de padre o madre en la obra de teatro que es mi vida? Si no fuera mi padre o mi madre, ¿me interesaría saber algo de esa persona? (Sabiéndolo, conoceré mucho sobre mí, pues el Inconsciente Colectivo Familiar funciona en cada uno de nosotros, nos demos cuenta o no. Y el verdadero conjuro para romper el hechizo de los mandatos inconscientes es traerlos a la conciencia, de modo que pierdan su mecánica efectividad.)
La Humanidad va evolucionando, generación tras generación. Nuestros ancestros han librado sus propias batallas, y somos herederos de sus zonas no resueltas, así como de sus aprendizajes, impresos en nuestros genes y en el clima de nuestra crianza. ¿Podemos tomar la antorcha y seguir el Camino, haciéndonos cargo de quienes somos, hayan sido quienes hayan sido nuestros padres? Es una tarea ardua. Y conlleva mayor responsabilidad en ella quien más conciencia tiene: muy probablemente, más que nuestros padres, nosotros mismos. Esto es duro y bello a la vez, porque esa responsabilidad es nuestra potencia, nuestra capacidad indelegable de mirar quiénes somos, cuáles son nuestras trampas, cuáles nuestras cadenas, y trabajar lúcidamente para librarnos de ellas. Ése es el eje del Sentido de nuestra vida. Y la libertad que cada uno logre,
individualmente, es el aporte que cada uno de nosotros puede hacer a la evolución de la Humanidad toda. El trabajo sobre los vínculos parento-filiales es esencial en ese Camino.
Ningún mandamiento indica amar a los padres, sino honrarlos. De lejos o de cerca. Honrarlos significará apreciar los aprendizajes que puedan provenir del vínculo con ellos, y apreciar también el hecho de que hayan sido vehículo para nuestra venida a la experiencia humana. Es tarea de todos: nadie está solo en ella. Una tarea difícil, trabajosa, y, en algún sentido, bella. Que cada uno pueda hacerla. Que cada uno quiera hacerla!
Virginia Gawel
Este artículo fue publicado por la revista "Uno Mismo" en diciembre de 2005.
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