domingo, 3 de agosto de 2014

Aprendizajes: Saber esperar


Quizás no todos Ustedes reciban la celebración de Año Nuevo sonrientes y con las copas en alto. En lo personal, más bien me encuentra con el espíritu de pie, pero el cuerpo horizontal: hace tres semanas tuve un accidente y me quebré en dos partes el pie izquierdo, pasando por dos intervenciones quirúrgicas. De manera que mis villancicos de Navidad tenían un solo estribillo: “Aaayyy!” (y lo digo en serio!). Ahora duele menos. Pero esta experiencia que estoy atravesando (como quizás la que a algunos de Ustedes les toca pasar, menos jolgoriosas que las que muestran las publicidades festivas), está trayendo enseñanzas muy interesantes. Desde allí es que quisiera hoy escribirles. Y el tema es éste: la espera.

No es algo que traigamos sabido innatamente: a esperar se aprende. Y no es un aprendizaje sencillo! A veces la espera permite hacer otras cosas mientras el tiempo resuelve... pero otras no: sólo podemos quedarnos mirando al techo (como antes de entrar a un quirófano), o aguardar hasta que nos den una noticia, o a que mejore la salud de alguien, sin que nada uno pueda hacer... sólo esperar. ¿Cómo convertir esa espera en algo fértil? ¿Cómo no des-esperar?

Vuelvo a decirlo: a esperar se aprende. Y se aprende procurando ubicarse en la mejor actitud posible mientras no podamos hacer nada con lo que sucede: la no-posibilidad de intervenir en los hechos es una invitación a guardarnos en nuestro centro, y confiar en ese eje quieto, sin desgastarnos en luchar contra lo que no podemos eludir. Ése sería el modo más sabio de, como decía el psiquiatra Roberto Assagioli, “aprender a colaborar con lo inevitable”. Se cede el control... pues no hay cómo retenerlo! Y se comprende que toda resistencia, toda ansiedad, todo ahínco por saltearse ese momento, lo único que generará es desgaste.
Con una sonda en el brazo y acostada en una camilla mirando al techo al salir de cada operación, durante unos 40 minutos, sola, en un box del quirófano, o contaba conmigo, o no contaba con nadie. Entonces, me vi teniendo como única compañía las palabras de Herman Hesse en su magnífico libro “Siddharta”, y las del “I-Ching”, que luego mencionaré: recordaba que, en el relato de Hesse, cuando en dos ocasiones le preguntan a Siddharta  qué es lo que sabe hacer, él enumera, meritoriamente, que sus aprendizajes le habían llevado a saber tres cosas:“Pensar, esperar y ayunar”. Me quiero detener en la del medio de esa lista: esto significa que saber esperar es un logro de la conciencia. Somos ignorantes al respecto, hasta que la vida nos confronta con aquello que no depende de nosotros. Entonces, o nos rebelamos inútilmente, debatiéndonos ante las fuerzas de Cronos (el dios griego que representaba al Tiempo)... o nos aflojamos, como quien, ya no pudiendo nadar, se decide a flotar en el agua hasta hallar una corriente que le arrime hasta la orilla.
Mientras esperamos, puede ser tortuoso hallar ese centro donde refugiarse para no des-esperar. El tiempo parece de aceite, no fluye, no pasa... y nosotros allí, sin poder hacer nada. Sin embargo, si aprovechamos esa circunstancia paraaprender a esperar (como Siddharta), sabiendo que implica el desarrollo de una cualidad humana superior... después de que los hechos pasan advertimos quehemos obtenido una ganancia. Que esa espera nos ha fortalecido, nos ha vuelto más maduros, como una fruta en su punto justo. (Si miramos a nuestro alrededor, casi siempre son aquellos mayores que han podido cultivar sabiduría los que tienen el don de poder ejercer la paciencia y esperar.)

El que aprende a esperar tiene consigo una herramienta que necesitará muchas veces en la vida. Le salvará de ser compulsivo, de correr ansiosamente tras las personas, los eventos, las cosas... Le permitirá ir viendo cómo se desarrollan los procesos para no tener juicios apresurados sobre los demás, sobre sí mismo o sobre lo que acontece. Y le posibilitará también conocer al otro dios del tiempo:Kairos. Porque era así: Cronos regía, según la mitología griega, el tiempo lineal,crono-lógico (de ahí la palabra), señalado por las horas, los días, los meses, los años... Pero los griegos presentaban la existencia de otra modalidad del tiempo. Ése era Kairos: “el momento oportuno en que algo sucede”. Ese instante justo en que, increíblemente, cuando todo parecía estancado o maniatado por Cronos... las coincidencias de diversos factores abren opciones que parecían impensadas hasta sólo un poquito antes. Hesíodo lo definía como “el mejor guía en cualquier actividad humana”: si estamos atentos, captamos el instante justo en que la Vida nos da una oportunidad, una señal de partida, un factor nuevo que aparece y todo lo transforma. El escritor Eric Charles White lo define como “el instante fugaz en el que aparece, metafóricamente hablando, una abertura (o sea, el lugar preciso) que hay que atravesar necesariamente para alcanzar o conseguir el objetivo propuesto.” El español Alejandro Corletti Estrada escribió que es “el tiempo de nuestros momentos trascendentes, de los hechos que marcan fuerte el camino personal de cada uno de nosotros, eso que algunos denominan destino, y que en determinados momentos nos hizo tomar decisiones importantes.”

Si aprendemos a transitar Cronos, atentos a Kairos, podemos hacer que la espera sea un tiempo de cultivo de nuestra fortaleza y de nuestra plena atención. Esa actitud internamente activa mengua la impotencia: nos empodera (así estemos en una cama y sin posibilidad de movernos). ¿Es difícil? Sí! Por eso Siddharta lo consideraba un aprendizaje generado con mérito. Desde esa fortaleza, aprendemos a estar atentos a Kairos sin des-esperar. Porque la Vida guarda recovecos en sus caminos que nunca habríamos imaginado...
En el antiquísimo libro chino “I-Ching” (que tiene unos 3.000 años de antigüedad), su intérprete y traductor, Richard Wilhelm (amigo de Carl Jung) describe el sentido de uno de sus hexagramas llamado, justamente “La espera” (que vino también a acompañarme desde adentro junto con el texto de Hesse). Lo comparto para quienes necesiten, como yo, nutrirse de estas palabras...

“Alguien afronta un peligro y debe superarlo. La debilidad y la impaciencia no logran nada. Únicamente quien posee fortaleza domina su destino, pues merced a su seguridad interior es capaz de aguardar. Esta fortaleza se manifiesta a través de una veracidad implacable. Únicamente cuando uno es capaz de mirar las cosas de frente y verlas como son, sin ninguna clase de autoengaño ni ilusión, va desarrollándose a partir de los acontecimientos la claridad que permite reconocer el camino hacia el éxito. Consecuencia de esta comprensión ha de ser una decidida actuación perseverante; pues solo cuando uno va resueltamente al encuentro de su destino, podrá dominarlo. Podrá entonces atravesar las grandes aguas, vale decir tomar una decisión y triunfar sobre el peligro.”

Y luego señala:

“Cuando las nubes se elevan en el cielo es señal de que va a llover. En tales circunstancias no puede hacerse ninguna otra cosa más que esperar, hasta que no se precipite la lluvia. Lo mismo ocurre en la vida, en momentos en que se va preparando el cumplimiento de un designio. Mientras no se cumpla el plazo no hay que preocuparse pretendiendo configurar el porvenir con intervenciones y maquinaciones personales; antes bien es menester concentrar tranquilamente, mediante el acto de comer y beber, las energías necesarias al cuerpo, y mediante la serenidad y el buen humor, las que requiere el espíritu. El destino se cumple enteramente por sí solo, y para entonces uno se encuentra dispuesto.”
Qué puede agregarse a tanta claridad? El anhelo de que aprendamos a esperar (también yo!), cada vez que la Vida nos lo pida, con inteligencia sensible... con fortaleza, abiertos a Kairos.

(Publicado por la revista Sophia OnLine en diciembre de 2012.)
© Virginia Gawel

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