Cada noche somos inocentes pescadores que no matan a ningún pez: lanzamos nuestra red hacia el Inconsciente, y lo que pescamos (si somos hábiles en la tarea) son imágenes, sensaciones, emociones, símbolos, significados... Cada noche, sí, tenemos entre 20 y 40 sueños, los recordemos o no. Cuando no los recordamos, a veces nuestra red tiene como un perfume a esas aguas profundas: nos queda el resabio de lo soñado... pero no podemos traerlo a la playa.
Sin embargo, el Inconsciente tiene su propia inteligencia: recordemos nuestros sueños o no, ellos cumplen una función indispensable. Por decirlo de alguna manera, los sueños son la señal de que nuestro Inconsciente está “digiriendo” la vida (o lo que en Psicología llamamos “elaborar”). Sí: “nos comemos la vida” y de ella extraemos nutrientes indispensables para evolucionar.
Hay personas que cuando recogen sus redes extraen espontáneamente del proceso onírico múltiples recuerdos, y pueden hallar en él instrucciones para vivir (podría decirse que el significado de muchos de nuestros sueños son opiniones que el Inconsciente tiene sobre cómo estamos desplegándonos, y a qué aspectos desatendidos por la conciencia deberíamos prestar atención). Las personas que, en cambio, no recuerdan sus sueños espontáneamente suelen creer que “no soñaron”. Y no: es sólo que no recuerdan lo que soñaron. Mas toda persona, -aun perteneciendo al grupo de quienes no recuerdan sus sueños-, puede entrenarse en lograrlo: recordar los sueños es una habilidad que se aprende, adiestrando al cerebro para que reciba lo que el Inconsciente tiene para decir. El segundo paso es entrenarse también encomprenderlos. Y cuán valioso es! En lo personal (y en lo profesional) es una tarea que me fascina desde hace 28 años...
Entrenarse en comprenderlos no quiere decir aprender a buscar en un diccionario de símbolos qué representan un barco, un árbol, un perro... Implica aprender a palpar dentro de sí qué significan ese barco propio, ese árbol, ese perro... para ese soñante (con lo cual el único diccionario válido será el que uno mismo vaya descubriendo en su propia interioridad!).
En distintas culturas (sobre todo en pueblos originarios de diversos lugares del mundo) el primer acto comunitario de la mañana consiste en relatar los sueños, ya sea hacia los demás integrantes de la tribu o en la propia familia. Habituarse a compartir los sueños con otros ayuda a fijarlos en la memoria, a advertir detalles que se nos habían pasado por alto (tal como cuando los escribimos en un diario)... y a conocerse más, recíprocamente, escuchándonos unos a otros de manera especial.
En un paradigma estereotipado y antiguo de la Psicología el Inconsciente es visto como “el lugar donde anida lo peligroso”: traumas, complejos, conflictos... la raíz de todo síntoma. Pero... es mucho más que eso! No por nada en la Mitología de distintos pueblos el Inconsciente ha sido representado como un mar: en él hay Belleza, inteligencia, Vida... Ver al Inconsciente sólo desde ese punto de vista es como imaginar que el mar es, meramente... un productor de medusas urticantes. El Inconsciente es el gestador de toda creatividad, el portador de soluciones que la razón no habría imaginado (y que muchas veces aparecen en sueños), el núcleo mismo de nuestra identidad, que está más allá de lo condicionado. Tan es así que en la Psicología de Oriente se considera al Inconsciente como la fuente hacia la cual dirigirnos cuando buscamos la verdad más íntima de quienes somos. De hecho, para el Zen, -por ejemplo-, en lo más profundo del Inconsciente reside nuestra naturaleza esencial, y se lo llama hishiryo (traducible, en nuestro idioma, como “Inconsciente cósmico sagrado”). Muy lejos del Complejo de Edipo, ¿verdad?
Quizás sea por eso que el mar a muchos nos lleva a un estado de comunión con nosotros mismos y con el Todo: porque, en su significado simbólico, alude a nuestra hondura, y su rugido es el sonido que, desde adentro, quiere hablarnos... Aquietarse frente al mar, -apartándonos de las multitudes turísticas-, es una oportunidad de vernos reflejados en él; venerar en su grandiosidad todo lo creado; intuir, -como podemos hacerlo respecto del Inconsciente-, la portentosa vida oculta que alberga, ya sea que esté calmo o agitado. Y permitirnos, -efectiva o simbólicamente- bucear en él para maravillarnos con sus habitantes y con sus tesoros. Eso es mirar hacia adentro. Eso es, también, familiarizarse con los sueños que el Inconsciente nos regala cada noche.
Cuando era pequeña una canción me hablaba de esto. Yo no conocía el mar (me crié en el campo, y recién pude verlo en la adolescencia); sin embargo, la preciosidad de su letra movilizaba una parte mía que, aun siendo niña, podía comprender y conmoverse. Creo que esa canción, -tan plena de metáforas-, refería a los dos aspectos del mar: el mar de agua salada, tremendo y magnífico, y el mar de nuestro Inconsciente, un “mar absoluto”, al que estamos llamados a sumergirnos. Hoy quiero, entonces, compartirles esa canción, -poco conocida, pero una de las más bellas de las que tenga registro-: la “Zamba del Mar”, de Gustavo Leguizamón. ¿Nos dejamos impregnar juntos por su aroma salobre?
Mar absoluto,
padre del mundo,
perro lamiendo el azul.
De tu entraña salada
quiero nacer a la vida,
con su corona de peces
sobre tus antiguas playas, viejo mar.
Espejo vivo,
sombra vibrante,
monstruo doliente y gritón.
Encarcelado y solo
sueñas creciendo por dentro,
por eso tu espuma blanca
canta y llora tus nostalgias, viejo mar.
Te siento siempre encrespando
en mi sangre las olas de tu alma
y canto para empaparme
de tu ser alucinado.
Cantando voy mar adentro
hasta perderme en tu clamor.
Cielo del agua,
carne del cielo,
cristal de amargo verdor...
Bebes del infinito
en temporales desiertos,
mientras la lluvia se asusta
y te peina y te despeina, viejo mar.
Luz empozada,
voz transparente,
sexo del agua carnal.
Viéndote abandonado
muerdes la cola del tiempo,
mientras la noche te abraza
con sus tímidas estrellas viejo mar.
Te siento siempre encrespando
en mi sangre las olas de tu alma
y canto para empaparme
de tu ser alucinado.
Cantando voy mar adentro
hasta perderme en tu clamor.
padre del mundo,
perro lamiendo el azul.
De tu entraña salada
quiero nacer a la vida,
con su corona de peces
sobre tus antiguas playas, viejo mar.
Espejo vivo,
sombra vibrante,
monstruo doliente y gritón.
Encarcelado y solo
sueñas creciendo por dentro,
por eso tu espuma blanca
canta y llora tus nostalgias, viejo mar.
Te siento siempre encrespando
en mi sangre las olas de tu alma
y canto para empaparme
de tu ser alucinado.
Cantando voy mar adentro
hasta perderme en tu clamor.
Cielo del agua,
carne del cielo,
cristal de amargo verdor...
Bebes del infinito
en temporales desiertos,
mientras la lluvia se asusta
y te peina y te despeina, viejo mar.
Luz empozada,
voz transparente,
sexo del agua carnal.
Viéndote abandonado
muerdes la cola del tiempo,
mientras la noche te abraza
con sus tímidas estrellas viejo mar.
Te siento siempre encrespando
en mi sangre las olas de tu alma
y canto para empaparme
de tu ser alucinado.
Cantando voy mar adentro
hasta perderme en tu clamor.
© Virginia
Gawel
www.centrotranspersonal.com.ar(Publicado en la revista Sophia OnLine en enero de 2013.)
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