"Celebrar con lo que no hay” significa no dar por sentado lo que sí hay. A esto quisiera referirme. Y sé que las vidas de las personas cambian cuando empezamos a dejar de dar por sentado nuestras bienaventuranzas. Aun las más obvias: ahora, por ejemplo, estás leyendo estas palabras; esto significa que tus ojos ven (te pido que los sientas… y que los ames, por qué no?). Que estás frente a una computadora, que en tu casa hay electricidad, que tu cerebro puede pensar… Si profundizamos lo que hay detrás de cada una de estas “obviedades” hay un punto en donde sólo puede haberagradecimiento por lo que sí hay.
Esto implica, como se dice en la Psicología Budista, “desarrollar una mente apreciativa”. Y es importante saber que se trata de una práctica, que te invito a hacer conmigo (pues también yo lo intento a cada momento, dado que, como humanita que soy, me olvido!). Nuestra sociedad nos forma para hacer hincapié en lo que no hay. Es el mecanismo perfecto para que busquemos afuera para completarnos: compremos cosas, nos desesperemos por tener lo que nos falta, y nos sintamos desgraciados cuando nos comparamos con los que “sí lo lograron”. Quedar hipnotizado por ese patrón es una garantía de infelicidad.
Cuando ese patrón se traduce al mundo afectivo, la mente se focaliza en los lugares ausentes: lo que perdimos, lo que no llegamos a tener (un hijo, una pareja…), la maravilla que fue el pasado (en el que posiblemente no apreciábamos lo que había porque estábamos anhelando un maravilloso futuro), los duelos reales por los que ya no están (con frecuencia, desatendiendo a gente valiosa que hoy sí está)… Los dolores reales necesitan ocupar su espacio, no hay duda de ello (como en los duelos recientes, la pérdida de trabajo…). Pero, aun así, desarrollar una mente apreciativa nos permite valorar lo que nos rodea, y sentir su suporte, su contención, sus nutrimentos (que no nos llegarían si no los ponderamos, si no nos damos cuenta).
Te comparto una escena reciente de mi vida. Una escena feliz, raramente feliz: iba en mi automóvil viajando hacia Sierra de la Ventana (donde estoy organizando un retiro) luego de mucho tiempo de no viajar (dado que este año me accidenté y estuve en silla de ruedas, operada dos veces de un pie, y en veranos anteriores por problemas familiares tampoco pude). Salí disfrutando de la música, del paisaje, de poder conducir… Pero a los 100 kilómetros el auto empezó a hacer ruido, a despedir aire caliente y a señalarme en el tablero un problema eléctrico (con la autopista sobrecargada de tránsito!). Pude llegar hasta una estación de servicio, y justo, justo allí, se cortó la dirección hidráulica (que permite mover el volante). Quedé varada a la una de la tarde, en un día calurosísimo, y en un lugar desconocido. Me dijeron que había cortado la correa que distribuía electricidad. Por un momento, respiré hondo, llamé a mi hermano, y me escuché diciéndole: “Y, sí, salir a disfrutar no podía salirme tan fácil a mí”. Ni bien me escuché, sonó dentro mío la alarma de “peligro!”. El peligro es ese lugar mío en donde tengo múltiples argumentos para lamentarme de lo que no me sale, de lo que no hay, de lo que es y de lo que no es. Y no quise. No quise.
Entonces, aún en ese estado emocional, me fui al bar de la estación de servicio, apreciando que no estaba en plena ruta y que en tres horas vendría el remolque, llamé a una amiga querida y comprobé que vivía cerca, y decidí que llevaría el auto al taller de un amigo suyo, y me quedaría en su casa hasta el día siguiente (hacía 3 años que no la veía!). Empecé a sentir contento, a valorar todo lo que sí me estaba siendo dado por la Vida. Sentada en el mostrador del bar, vi a través del vidrio que una gran camioneta estacionaba en el lugar para discapacitados. Empecé a entrar en otro lugar: uno en el que me siento “la Justiciera”, lista para, cuando las conductoras entraran al bar, decirles que no podían estacionar allí. No!! Entonces, las dos mujeres de la camioneta bajaron (una mayor, que conducía, la otra de unos 35 años), sonrientes (entonces, yo más indignada)… aunque observando mi proceso y procurando suspender todo juicio… Y la mujer más joven abrió la puerta trasera, sacando en brazos a una niña de unos 5 años con parálisis cerebral y la mirada perdida. Volvió a sonreír, le acarició el cabello, y las tres se dirigieron al baño. Me conmovió. Me disculpé el estar a punto de emitir un juicio. Valoré el haberlo observado…
Entonces decidí irme afuera, a esperar el remolque. Había pastito a tres metros del despacho de nafta. Saqué de mi auto un almohadón, un gel frío para mi pie, unas empanadas veganas que me había hecho mi mamá (siempre amorosa), y un libro del querido Brother David Steindl-Rast, quien justamente habla de lo primero a lo cual me referí en esto que escribo. Me tiré en el pasto. De a ratos leía, de a ratos comía, de a ratos miraba a mi alrededor: los camioneros sonriendo, el cielo en el que se empezaba a armar una tormenta, las gotas que comenzaban a caer, el viento fresco que aliviaba a todos, los árboles meciéndose y brillando con pequeños rayos de sol; y, de pronto, mis dos enormes cicatrices en el pie, que ahora podía caminar, conducir, y que un año atrás estaba metido en un yeso y yo en la silla de ruedas. Y ése, justamente ése, fue el momento feliz: darme cuenta de todo eso: el hallarle un sentido, un significado que trascendía todo pensamiento, y así agradecer todo lo que sí había; sonreír, como esa mujer bendita con su niña. Y guardé ese instante para atesorarlo y recordarlo si lo necesito. Porque no es un instante en que “todo sale bien”; es un instante en el que mi espíritu decidió apreciar lo que sí había, lo que sí hay: la Vida.
Cuando podemos advertir, dejar de “dar por sentado” y agradecer, es como si despertáramos de un sueño, y entonces sí pudiéramos hallar un Sentido en cada momento presente. Eso quiero para mí. Eso quisiera para cada persona que me rodea (incluyéndote). No hay modo de estar insatisfecho. La gente sabia así lo vive y así lo dice. Necesitamos encarnar esa realidad. Brindar por lo que sí hay, por el significado que podamos hallar en cada tramo del camino: celebrarlo. No sólo en cada nuevo año, sino en cada nuevo día, en cada nuevo instante. Eso te deseo, dándote un abrazo. Así, en singular: tuyo. Y (puesto que no me quedó ninguna empanada!) te convido algo mejor: un fragmento escrito por Brother David (monje benedictino y Zen, que hoy tiene 87 años y enseña a que la felicidad viene de vivir agradecido (y no al revés!).
“Cuando tu corazón descansa en la Fuente de todo significado, es posible abarcar todo significado. Significado, en este sentido, no es sólo algo que puede ser buscado en un libro, como una definición. El sentido no es algo que se pueda atrapar, adquirir, acumular. El significado no es una cosa.(…)
Teniendo ansias de una vida plena, nuestro corazón anhela la luz que nos permita ver el significado de la vida. Cuando encontramos significado, lo sabemos porque nuestro corazón descansa. Siempre es a través de nuestro corazón que podemos encontrar significado. Tal como nuestros ojos responden a la luz y nuestros oídos al sonido, así nuestro corazón responde al significado. El órgano del significado es el corazón.”
(Publicado por la revista Sophia OnLine en diciembre de 2013.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario