Nos achicamos, nos deformamos, nos estiramos, nos replegamos… para no experimentar esa sensación tan temida. ¿Por qué? Primero, es un resabio que nos queda del mamífero que somos, y sobre todo de cuando ese mamífero era un bebé: para ese entonces, ser rechazados podía implicar, ciertamente, el abandono y la muerte al no poder autosostenernos. Más tarde, el instinto gregario nos dijo que estar con otros significaba ser más fuertes (=tener más posibilidades de sobrevivir). Otra vez: rechazo = soledad = amenaza de muerte. Esto es en tanto vivamos implementando nuestra conducta a partir de lo más primario que tenemos. Pero cuando evolucionamos… comprendemos que no es así! Con nuestro trabajo cotidiano podemos superar esas improntas instintivas desde las que nos aterra el rechazo. Es más: si no lo hacemos nos sentimos morir de sobreadaptación. Y lo cierto es esto: el miedo al rechazo rige nuestra vida sólo mientras nos rechacemos a nosotros mismos. De cualquier rechazo podemos sobreponernos, salvo del seguir auto-rechazándonos.
Cuando la persona se va desplegando y se legitima a sí misma, si está decidida a no renunciar a su real identidad, a no negociar lo innegociable, sentirá, desde zonas menos primarias de sí, que ser rechazado podrá ser doloroso, pero no significa morir. Qué alivio! Es más: el rechazo de algunas personas, nos dignifica. Y a medida que nos alejamos de ellas quizás pasemos por períodos de duelo, reacomodamiento, soledad, pero poco a poco empezaremos a hallar un nuevo sabor: el de esa confianza íntima que no depende de la aprobación de nadie. Los miedos se van retirando como un planeta eclipsante, renaciendo nuestras refulgencias…
Entonces vamos haciendo nuevas elecciones, tenemos nuevos comportamientos que nos sorprenden a nosotros mismos y, con ello, aparecen personas que jamás se nos habrían acercado si hubiésemos seguido siendo aquéllos: los asustados de Ser. El rechazo, a partir de entonces, apenas arde un poquito (cuando arde), pero su escozor es bendito al lado de lo que nos significaba vivir comprimidos para caber en la expectativa ajena. Escuchemos cómo lo dijo, a su modo, María Elena Walsh, de pie ante sí misma (a modo de homenaje en su aniversario de despedida):
Yo me nazco, yo misma me levanto,
organizo mi forma y determino
mi cantidad, mi número divino,
mi régimen de paz, mi azar de llanto.
organizo mi forma y determino
mi cantidad, mi número divino,
mi régimen de paz, mi azar de llanto.
Establezco mi origen y termino
porque sí, para nunca, por lo tanto.
Soy lo que se me ocurre cuando canto.
No tengo ganas de tener destino.
porque sí, para nunca, por lo tanto.
Soy lo que se me ocurre cuando canto.
No tengo ganas de tener destino.
Mi corazón estoy elaborando:
ordeno sufrimiento a su medida,
educo al odio y al amor lo mando.
ordeno sufrimiento a su medida,
educo al odio y al amor lo mando.
Me autorizo a morir sólo de vida.
Me olvidarán sin duda, pero cuando
mi enterrado capricho lo decida.
Me olvidarán sin duda, pero cuando
mi enterrado capricho lo decida.
© Virginia
Gawel
www.centrotranspersonal.com.ar(Publicado por la revista Sophia OnLine en enero de 2012)
No hay comentarios:
Publicar un comentario