El animal humano tiene una singularidad respecto de los otros animales: es capaz de sentir emociones secundarias.Y esa peculiaridad le resulta tanto una ventaja… como un serio problema.Qué son las emociones secundarias: las que sentimos acerca de lo que sentimos. Uno, por ejemplo, se enoja; ésa sería la emoción primaria. Pero luego siente acerca de ese enojo, culpa, vergüenza. Y entonces, en todo caso, el motivo de trabajo sobre sí se centra esforzadamente en el enojo para, simplemente, no tenerlo más (dado que ha sido el más antiguo método que nuestra sociedad halló para educarnos desde niños respecto de nuestras emociones “malas”, “feas”, “negativas”).
Sin embargo, en muchísimos casos la emoción primaria no es el problema mayor que la persona tiene, sino sus emociones secundarias, que pasan a ser causa de mortificación, de autodesprecio, de lucha interna: no queremos sentir lo que sentimos. Pero eso es como no querer que llueva cuando… llueve! Las emociones se sienten solas.
Imaginemos una mirada más profunda sobre el ejemplo anterior: la persona (llamémosle Ana, más bien apocada y tímida) se enoja en esa situación puntual, sí; pero se enoja porque un compañero de trabajo, -usualmente invasivo y burlón-, se inmiscuye en su lista de correos electrónicos privados para leerlos. Entonces Ana se indigna e, inesperadamente, le pone un límite tajante. El compañero (que en nuestra historia es un excelente manipulador) tiene la habilidad de envolverla en palabras y lograr que se sienta una desubicada por enojarse “ante algo tan pequeño”: “Yo sólo quería eliminarte los correos con publicidad. Con ese carácter no me extraña que estés tan sola”, -la tajea con el bisturí de sus palabras-.
Entonces el sentir de Ana es como una bola de pool que se desliza hacia un único agujero: el conjunto de emociones secundarias que le indican que “está mal” enojarse, que “es una bruja intolerante”, que “es agresiva” y que, en síntesis, no sólo “enojarse es feo” sino que… “en una mujer queda horrible”! Se siente estúpida, desubicada, y adjudica todos los pesares de su vida a su condición de “agresiva”. Todas estas son conclusiones en base a su emociones secundarias, que, como vemos, son disfuncionales: no se adecuan a la realidad de que ese enojo (emoción primaria) fue legítimo. Así, erróneamente se impondrá como tema de “trabajo sobre sí” su “manera de ser, agresiva”… cuando en realidad el problema es su no-legitimación del enojo y de su derecho a poner límites, tanto como las emociones secundarias mediante las cuales se autodescalifica y se agrede, se rebaja, se insulta, se desmerece…
Si Ana trabaja correctamente consigo misma (y un buen terapeuta o amigo le señala su error de criterio) es posible que llegue un día en el que ante una situación como ésa la emoción secundaria que experimente sea el orgullo por haber puesto límites. Sí: ésta también es una emoción secundaria posible y, en este caso, la más sana.
¿De dónde nace esta tendencia (sobre todo en la buena gente!) a experimentar tan seguido emociones secundarias autodescalificantes? Vergüenza, culpa, autoinsultos, irritación consigo mismo… Muchísimos adultos, generación tras generación, hemos aprendido que ciertas emociones simplemente no deben sentirse. Entonces, si tenemos miedo “somos tontos”, si estamos tristes “deberíamos estar contentos”, y si estamos contentos “sería mejor que no tanto, porque molesta a los mayores…
Cuanto más penosas son la emociones secundarias, más reprimimos esas primarias que les dieron origen; cuanto más las reprimimos, más, desde la Sombra, actúan en nuestra vida generando síntomas mentales (obsesiones, olvidos, dificultades de atención…), síntomas físicos (enfermedades psicosomáticas), síntomas emocionales (accesos de irritación, depresión, ataques de pánico…) y aun síntomas situaciones (tales como accidentes, actitudes de autosaboteo o la exposición a eventos y personas que nos harán mal).
De modo que el trabajo sobre las emociones implica no sólo hacerlo con aquellas evidentes, sino, de manera fundamental, con las que sentimos acerca de lo que sentimos, pues en ellas está implícito un juicio hacia nuestra propia persona. Y en ese juicio, lo más común es que no seamos ecuánimes, sino que bajemos el martillo y nos declaremos ineptos para una vida feliz.
Las Psicologías Contemplativas de Oriente nos enseñan a observar toda la gama de nuestros sentires (primarios, secundarios, y más); pero sobre todo nos comparten prácticas para administrar nuestras cualidades personales hacia una vida que sea plena, sabiendo que los contenidos de nuestro mundo interno son sólo eso: contenidos, movimientos de la mente, como las olas del mar. Y que, en sí mismo, la sustancia real está en el eje de identidad desde el cual podemos entrenarnos en autoobservarlos. Desde allí, los sentimientos, los pensamientos, las emociones emergen, se manifiestan, y se desvanecen… sin que juzguemos. Eso es maitri –como me gusta recordarlo-: amistad incondicional consigo mismo, sin luchar con lo que “no deberíamos sentir”. Esas olas que se mueven no nos hacen mejores ni peores personas. Lo que nos hace mejores personas (si es eso lo que aspiramos a ser) es qué hacemos con nuestro mar completo, para que tribute al Gran Océano sus mejores aguas.
Aquí comparto un poema de Wendell Berry sobre este tema… Que les acompañe!
“Entro en el bosque y me asiento en el silencio.
En torno a mí las inquietudes se sosiegan
como las ondas sobre la superficie del lago,
y las preocupaciones se aquietan
como el ganado que pace tranquilo.
Entonces aparece aquello que me teme
y permanece un instante ante mis ojos
para desaparecer un momento después
llevándose consigo sus temores.
Canta y escucho su canción
Luego surge aquello a lo que temo
y perdura un instante ante mis ojos
para desaparecer un momento después
llevándose consigo mis temores.
Canta y escucho su canción.”
(Publicado en la revista Sophia OnLine en octubre de 2013.)
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