Los humanos somos extraños, sí: por razones de supervivencia a medida que vamos abriendo los ojos al mundo vamos a su vez constituyendo una autoimagen. Esa autoimagen no es solamente corporal: en nuestro cerebro se va codificando un diseño de cómo somos, básicamente en base a los pequeños o grandes logros que alcanzamos a gestar, y sobre todo a partir de lo que los demás dicen de nosotros. Ese espejo es fundamental en la constitución de nuestra primera imagen de nosotros mismos. Tan importante es que nos dispara múltiples actitudes y conductas: queremos, por un lado, imprimir en el otro determinada imagen (de poderosos, seductores, “pobrecitos”, temibles, “buena gente”…), para lo cual nos “producimos” (desde la ropa y el peinado al tipo de libro que exhibimos en nuestra biblioteca); y a la vez tememos ser vistos como no quisiéramos (es decir, en base a esos atributos que guardamos en nuestra Sombra).
¿Cuál es el problema de todo esto? Que no somos esa imagen, y que restringirnos a ella es como pasear en Francia moviéndonos en base al mapa de Brasil. Pues sólo se trata de eso: un mapa de mí.Y así fuera que estuviese en Francia con el mapa de Francia… el mapa no es el país! Por eso nos es indispensable para saber realmentecómo somos y quiénes somos que iniciemos una exploración de nuestro territorio, abandonando el mapa. ¿Somos tan inhibidos como nos describieron nuestros padres y tíos? ¿Jamás decimos que no, como lo expresan nuestros amigos (con terribles consecuencias!)? ¿Somos ineptos para la música y las letras y no lo intentamos porque “ya sabemos que lo somos”? Y más aun: ¿cuáles son nuestros circuitos emocionales personales? ¿Cuáles los rasgos que los demás ven y nosotros no (porque terminamos defendiendo nuestra autoimagen como si fuera nuestro Ser!)? ¿Qué misteriosas cualidades que trajimos innatamente no se expresan porque nuestra autoimagen dice que “no somos así”? ¿Cuánto podríamos expandir nuestros límites si no nos creyéramos ser lo que no somos?
Trabajar sobre sí (como lo proponen distintas Tradiciones desde la noche de los tiempos) es la manera de explorar nuestro verdadero país interno, y con ello construir las obras que hagan falta con los recursos que ni sabíamos que teníamos. También implica modificar aspectos de nuestra autoimagen que son una fabulosa distorsión de quienes vinimos a ser: así como alguien llena su cuerpo de bótox, cirugías y colágeno para “ser como le gustaría que le vieran”, lo mismo hacemos con nuestros rasgos más íntimos, con frecuencia deformando, -más que embelleciendo- nuestra naturaleza esencial, en permanente insatisfacción con los resultados.
Verse es difícil. Modificar el viejo mapa implica constancia y trabajo diarios, una permanente autoobservación, una tarea valiente y maravillosa. Quienes no lo hacen suelen quedar presos de lo que les dijeron que eran (a veces inclusive resentidos por lo que papá o mamá les marcó, pero que no se ocuparon en transmutar para liberar a ese niño “embalsamado” en una imagen, en un rol familiar). También suelen quedar presos de la mirada de los demás, como cuando uno se compra ropa y se observa en el espejo imaginando qué dirán su pareja, sus amigos, sus compañeros de trabajo, priorizando esas suposiciones por encima de si a uno le gusta o no.
Nos achicamos en función de nuestra autoimagen. En función de ella nos agrandamos. Nos contorsionamos psicológicamente para seguir siendo ése (aunque sea tremendamente doloroso o incómodo). Cuando nos damos cuenta de que nosomos esa imagen la naturalidad impregna nuestro modo de ser: ya no hay esfuerzo por convencer a nadie ni por autoconvencerse. Aparecen las limitaciones reales y no las imaginarias, así como habilidades que sólo pueden hallar la luz porque ya no la encarcelamos con el viejo “no puedo”. El mapa que llevamos en el cerebro es tan antiguo como los mapas del 1500 respecto de lo que se logró en base a las exploraciones posteriores y la observación de los satélites. Con igual precisión necesitamos aprender nuestro propio territorio: volvernos expertos en nosotros mismos. A veces será doloroso, a veces una gozosa tarea, pero siempre conducirá a la libertad interior, que ni es un mito ni el resultado de un libro de autoayuda: es trabajo de todos los días, con ayuda de quienes nos puedan acompañar, y con la valentía de dar pasos solos en donde sólo nosotros podemos entrar.
Quisiera compartirles un texto de Pema Chödron, una monja budista nacida en Estados Unidos que devino en una de las principales difusoras de esta Psicología para que los occidentales podamos asimilarla. Como veremos en él, el trabajo con la autoimagen es una materia que nos toca rendir a todos si queremos llegar a nuestra realidad esencial:
“Cuando llegué a Gampo Abbey, me consideraba una persona agradable, flexible, de mente y corazón abiertos. Parte de esa definición era cierta, pero había algo más que todavía no había visto. Para empezar, yo era una directora terrible; el resto de los residentes se sentían desautorizados por mí. Me señalaron mis defectos, pero yo no fui capaz de escuchar lo que me decían debido a mi rígida autoimagen. Cada vez que venía gente nueva a vivir aquí, yo recibía las mismas opiniones negativas, pero seguía sin escuchar. Un patrón de comportamiento que siguió así durante varios años. Pero repentinamente un día fue como si todo encajara en su sitio y se situara de forma que por fin entendí lo que todo el mundo me estaba diciendo sobre cómo le afectaba mi comportamiento. Por fin me llegó el mensaje.
Así es como se vive en un estado de negación: no te llega nada que no encaje con la imagen que te has forjado de ti mismo. Ni siquiera las cosas positivas (por ejemplo, que eres amable con los demás, que has hecho un buen trabajo y que tienes un maravilloso sentido del humor) pueden colarse a través de esa autoimagen prefijada. No puedes aceptar nada que no encaje con la idea que tienes de ti mismo.”
(Publicado en la revista Sophia OnLine en marzo de 2014.)
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